I. El amor y la propiedad
Si efectivamente el amor se experimenta por fuera de la propiedad entonces Milagro Sala está presa por amor.
Lo im-propio de la experiencia amorosa es su condición pública y comunitaria; esto es, una forma particular de intervención sobre la comunidad vulnerada en la materialidad de su territorio.
Milagro Sala es culpable de esto, por sobre todo.
Y para tal delito, no existe jurisprudencia ni ley; solamente una reafirmación de los derechos universales del conchabo clásico: la propiedad como fundamento y la propiedad como relación social. En tanto esto se asuma como cosa dada, toda expresión amorosa será condenada y materialmente penada.
Milagro Sala tensionó las tramas mismas del aparato político jujeño para refundar públicamente la ética de lo in-apropiado. Dio lugar a escenas de abrazos públicos entre vulnerados y a experiencias festivas por fuera de lo privado. Trazó los surcos del territorio bajo el criterio de los desplazados.
Amar es por fuera de la propiedad.
II. El amor y la iconoclasia
Si efectivamente el amor produce iconoclasia entonces Milagro Sala está presa por amor.
La iconoclasia se presenta como un tipo de registro que produce desequilibrios sobre el recuento de lo sensible. Milagro Sala inscribió las imágenes de los vulnerados de la provincia sobre el terreno de lo prohibido, sobre la veda de su condición. De eso también es culpable Milagro.
La irrupción pública de esta experiencia amorosa en Jujuy sólo pudo darse a costa de producir gestos intolerables a modo de desanclaje de las imágenes sedimentadas de la pulcritud. Derribar aquello y convocar la manifestación comunitaria de expresiones de divertimento y afección entre los desplazados, resultó ser una postal imposible a los ojos del empresariado gobernante.
Milagro Sala y los suyos han recuperado un retrato de celebración que históricamente fue confinado a la trastienda de la lumbre pulcra. La pulsión de inscribirse en el terreno de la civilidad montañosa ha sido un delito flagrante y una forma de violencia plebeya: el gesto maldito de insinuar la equidad celebratoria.
III. El amor y el archivo
Hoy el paisaje de Alto Comedero es un vestigio. Una ruina arcóntica. Una síntesis de la fiebre de archivo que expresa la victoria de la pulsión de la destrucción.
Y si no pudo ser borrado es porque su carácter aleccionador es más profundo que su gracia. Sus paredes y sus imágenes hoy se convierten en documentos históricos, en el registro de fichajes y nomenclaturas, en marcas de una verdad.
Un archivo que, aún arrasado, evidencia una escena adquirida de derechos – por demás excepcional- desligada de la práctica asistencialista y donativa. Ilumina un desplazamiento en los límites de lo posible, en sus marcos de inteligibilidad social. Ilumina los modos de una expresión afectiva y las formas cotidianas de apego en la precariedad.
Un paisaje lastimado puede convertirse en archivo oficial sobre todo cuando nunca antes se tuvo uno. Otorgarle esa entidad es un gesto político que permite asumir que las expresiones tradicionalmente relegadas de la escena pública pueden efectivamente institucionalizarse.
IV. El amor y la hermenéutica
El amor se declara, es público. Y es también ambivalente puesto que su expresión nunca se presenta sola sino a través de la emergencia de una superposición de afectos: vergüenza, dolor, placer.
Declarar es tomar la palabra e introducirla en un registro de interpretación. Una hermenéutica afectiva. Desde allí, puede entonces escribirse otra historia cuyos parámetros no estén plenamente regidos por los criterios de la pulcritud.
El Alto Comedero y las piletas, las escuelas, los espacios de recreación y de encuentro se inscriben como un registro de la historia de los sujetos vulnerados en Jujuy. Dan cuenta de una interpretación sobre la materialidad de las cosas del presente y construyen un prisma por donde mirar los procesos políticos, sociales y culturales del pasado.
Es una hermenéutica experiencial que trasciende la mera comunidad. Por eso se vuelve peligrosa: porque pretende oficializarse y disputar otros modos de interpretar las cosas.
V. El amor y la democracia
El amor no tiene poder soberano.
No ofrece garantías.
No es un estado.
Tal vez por esto, pueda ser un gesto democrático: un gesto que incorpore, con toda su labilidad, la posibilidad de una existencia digna y genuina en la vida pública.
Tal vez por ello, también sea un acto de responsabilidad de y frente a los vulnerados: una forma de responder ante las interpelaciones del poder y un “hacerse cargo” comunitario de esas acciones.
Milagro Sala comprendió así al amor y a la democracia; desplazándose de miradas ingenuas y falibles y, sobre todo, motivada por el compromiso a institucionalizar – simbólica y materialmente- una experiencia de ampliación de derechos. Comprendió que ese pasaje, de una ética amatoria a un gesto genuinamente democrático, es el testimonio de una praxis que efectivamente tocó intereses arraigados a los entramados económicos, políticos y culturales de una provincia históricamente impune.
Milagro Sala sigue presa.
Lucas Saporosi
Sociologo, docente bachireato popular
Imagen: «Ramas negras». Eduardo Molinari (Artista Visual, docente UNA) y Archivo Caminante