Como si la explicación fuera una forma de abjurar el espectro de la derrota –en parte lo es-, las precisas palabras de Cristina- “Hoy no se acabó nada, aquí empieza todo”- alinearon los embates de la bravura electoral. Rápidamente se aceptó lo inevitable y se partieron las aguas: el 37% ha sido una hazaña, y con seguridad, lo fue.

La hazaña traduce, en clave épica, aquel “modelo adversarial” de la política, delineado por Chantal Mouffe, que reinscribe la naturaleza conflictual en el marco de las democracias contemporáneas. La hazaña evidencia la exploración por esa zona de contacto entre lo político y lo democrático, asumiendo que la disputa hegemónica es parte fundante de las identidades políticas y de sus modos de relación. Así la persistencia antagónica del conflicto se presenta como el modo legítimo de construcción de una “política democrática”.

Una hazaña, entonces, revitaliza un antagonismo que se tensiona según la correlación de fuerzas actuales.

Por un lado, el panorama electoral puso de manifiesto el acto de hegemonía que consolidó la cosmogonía de la clase dominante: la fetichización de un sentido que disocia lo material de lo abstracto, esto es, la consolidación de que lo simbólico no tiene correlato con lo real cuando se trata de objetivar el orden hegemónico neoliberal. La ideología, como he mencionado anteriormente, no sólo delimita el margen de lo decible sino también sus horizontes de apropiación y las posiciones de los sujetos políticos. Por tanto, correrse de aquellas posiciones establecidas – aún de manera contingente y estratégica- implica un acto contra hegemónico.

Por otro lado, y aún ante el desolador resultado de los comicios donde la alianza Cambiemos consolidó su poder de fuego, Unidad Ciudadana creció en votos de agosto a octubre, selló su liderazgo en el conurbano y se perfiló como el espacio opositor con mayor capacidad de moverle el amperímetro a la restauración conservadora en el palimpsesto de su sedimentación.

La breve pero punzante intervención de CFK alineó un camino y plantó una posición: es con más y contra ellos. Con/contra-más/ellos. En este sentido, buscó desplazarse de la estrategia de la defensiva y enmarcarse en el ansiado horizonte de construir otro orden de las cosas. Y tal vez, allí, en esa promesa en curso, se encuentra el valor de la hazaña: aún con los dispositivos certeros del poder económico-judicial, las seductoras formas de la fetichización afectiva, los revestimientos libidinales del goce mediático y las modalidades obscenas de la ingeniería de la desaparición forzada y la persecución política, aún así, se ha tomado posición.

Ahora bien, vuelvo a un planteo previo que deviene urgente al calor de los acontecimientos políticos: ¿quién habla cuando habla CFK?

Ella, por supuesto; pero, no lo hace sola ni aislada, como se pretende instalar muchas veces. CFK, además de una figura de conducción, es un lugar de enunciación donde intervienen múltiples voces, no necesariamente alineadas bajo el mismo logos. Por tal motivo, cuando ella habla, también hablan otrxs y callan otrxs; en suma, también hay allí una frontera de disputa (el modelo adversarial no se homogeniza plenamente el interior de las partes).

En el discurso del domingo, CFK obedeció a una demanda posicional, a una exigencia podría decir: me refiero a una posición que ha sido fervientemente exigida por cierto sector de las bases de su espacio político. Se ha exigido un cambio de posicionamiento (con más – contra ellos) y una reversión estratégica (de la defensa a la construcción), cosa que se ha evidenciado, aún en tono de promesa. Dada la coyuntura electoral y el contexto de su enunciación, CFK ha sido hablada por cierto sector de las bases, atendiendo a presionar por la instauración de nuevas expectativas de disputa frente al marcado ascenso de la derecha.

Con esto, se intenta desmarcar de aquellas perspectivas que sitúan las causas de la derrota en una supuesta “derechización” de la sociedad o en “esos 4 puntos que se llevó Randazzo”. A mi modo de ver, las explicaciones son más complejas y deben rastrearse en el marco de la efectiva construcción de poder y hegemonía con los diferentes sectores de la sociedad. Para que esta construcción sea, de hecho, motorizada por una orientación transformadora, las bases deben (debemos) seguir atravesando a sus (nuestros) líderes, haciéndolos hablar y llevando, hasta los límites del sistema, la implantación de sus reivindicaciones. En ese camino, la primera tarea está en curso: la de visibilizar las trincheras del adversario, exponerlas como lo que efectivamente son – objetivaciones de la acumulación- y producir los necesarios realineamientos colectivos.

Lucas Saporosi

Sociólogo/ Docente Bachillerato Popular