Las elecciones del domingo confirman el movimiento que viene produciéndose desde 2015: el Pro-Cambiemos logró articular hegemónicamente distintas discursividades e identidades sociales, políticas, económicas y culturales.

1. Antagonismo

Siguiendo el planteo de Ernesto Laclaui sobre que los significantes vacíos que circulan socialmente son el lugar donde se desarrolla la lucha por la hegemonía y donde se producen los antagonismos, podemos decir que el Gobierno es quien mejor construye hegemonía en un proceso que comenzó antes incluso de las elecciones presidenciales de 2015. El Pro-Cambiemos logra hacer prevalecer su visión organizadora de la sociedad partiendo de la delimitación y diferenciación de un «otro».

Ese otro es todo lo que yo no soy; en este caso, el otro es todo lo que recuerda al gobierno kirchnerista y a los últimos 12 años. El Gobierno no se constituye a sí mismo en relación a otros procesos políticos y tradiciones, no presenta su genealogía; en su discurso sólo existió el kirchnerismo. Y la efectividad radica en construir a ese otro en base a significantes que conjugan un sentido profundamente negativo: corrupción, confrontación, intolerancia. El Pro-Cambiemos se presenta como el lugar de la sinceridad frente al relato. Confrontar y analizar estas verdades naturalizadas no importa, la articulación, al reproducirse al infinito, cumple su función significante. Al igual que sucede en los medios de comunicación, los hechos tienen cada vez menos lugar en la política frente al “se cree”.

2. Relato e interpelación

Y aquí es donde emerge la fuerza del relato. Si las elecciones legislativas mostraron algo, es la existencia de un «relato macrista» y su buena salud. Desde las fuerzas que hoy gobiernan, se acusó siempre al anterior Gobierno de tejer un relato sobre el país falaz e ilusorio. Avances, mejoras materiales y conquistas de derechos, eran catalogadas como meras fantasías o engaños populistas. El Pro, en cambio, presenta su relato sobre premisas simples: “nosotros somos honestos, venimos a decir la verdad y no robar”. A diferencia del kirchnersimo, no hay lugar para las grandes narrativas, las genealogías políticas y los discursos capaces de articular la historia político-económica de la Argentina desde inicios del siglo XX. El Pro-Cambiemos construye su relato desde el “llano”, desde la simpleza de eslóganes que apuntan a un “vivir mejor”. Y no le habla al “pueblo”, categoría histórica de las izquierdas y movimientos populares, sino a la “gente” y a los “vecinos”. Crea un sentido de cercanía y complicidad frente a otro al que se caracteriza de distante, complejo, soberbio y confrontador. Interpela desde la cotidianeidad.

Si como decía Althusserii, la ideología es una estructura que interpela y constituye a los sujetos, el del Pro-Cambiemos es un Gobierno profundamente ideológico. Su efecto ideológico se basa en enunciarse como superador de las ideologías; “ya no hay derechas ni izquierdas”, declaran.

Y podemos sostener que la ideología del Pro no interpela con hechos, ni a las realidades materiales de la sociedad. Como señaló en los últimos días el antropólogo Alejandro Grimssoniii, el Gobierno interpela las expectativas sociales y hasta lo que tiene que ver con la afectividad. Los datos objetivos arrojan que desde que asumió, el Pro-Cambiemos impulsó reformas tendientes a transferir recursos desde los sectores medios y populares hacia las clases altas. Hasta ahora, los beneficiarios directos del «cambio» han sido el sector agroexportador, la gran industria, el sector minero, el financiero, y los grandes medios de comunicación. La mayoría de la sociedad entra como variable de ajuste: aumento de tarifas, recortes de subsidios, despidos, devaluación y represión de la protesta social. Sin embargo, éste cuadro de situación no juega en contra del Gobierno. Como se demostró el domingo, ninguna de estas medidas socavó la potencia electoral del Pro-Cambiemos.

Se puede plantear la hipótesis de que esto se debe a que su discurso interpela el terreno de lo afectivo y las expectativas. Frente a un pasado donde se vivía mal por la inflación o donde todo era una ilusión, hoy se esgrime la «sinceridad» y la promesa de que partiendo de allí se llegará a un mejor lugar. También es posible que se ponga en juego, en ese discurso, aspiraciones de movilidad social e imaginarios. Expectativas de un «vivir bien» que pueden extenderse a un «vivir tranquilos». Ahí apunta su retórica de los emprendedores, del éxito personal del cual muchos de sus dirigentes serían ejemplo (sin cuestionar tampoco la realidad de esa afirmación).

Expectativa de mundo feliz y sin contradicciones, puede hallarse parte de la efectividad del discurso en la promesa de unión y paz. Las diferencias, la «grieta», serían responsabilidad exclusiva del gobierno anterior; el desvío caótico frente a la norma. Otra vez puede señalarse una operación de construcción de la diferencia: mientras el kirchnerismo no le escapaba a la confrontación, al debate político y a la explicitación de diferencias de intereses, el Pro-Cambiemos se presenta como el polo opuesto. Mientras las contradicciones materiales se agudizan, promete y logra mantener una imagen de «tranquilidad», de un sinceramiento que busca la paz social. Contribuye a esta operación la estética comunicacional del Pro, y su política de ordenamiento y «embellecimiento» del espacio público.

3. Fragmentos de oposición

En estas ideas y posibles puntos de análisis de lo que sucedió en las elecciones del domingo, no se puede dejar de mencionar lo ocurrido con lo que es hoy la oposición. Si bien una parte considerable de la sociedad no votó al Gobierno ni a sus políticas, dispersó su voto en un campo opositor fragmentado y carente de identidad. Ninguna fuerza política pudo hegemonizar el descontento con las medidas del Gobierno. Siguiendo a Laclau, puede sostenerse que a la oposición de faltó, por aciertos del rival, pero tambien por errores propios, constituirse en un polo articulador de los distintos reclamos y demandas sociales insatisfechas.

Si lo propio de una construcción hegemónica es articular diferencias haciendo prevalecer lo común, se puede sostener que durante estas elecciones las diferencias en el campo opositor primaron por sobre los puntos comunes. Las causas deberían buscarse en las lecturas de quienes pretenden hegemonizar ese espacio, la obstinación en mantener la «pureza» frente a los acuerdos y agendas comunes, y la interpelación fallida a los sujetos de su discurso.

Como se señaló anteriormente, mientras el Pro-Cambiemos es un espacio hábil para comunicar, la oposición tiene muchas falencias en ese campo, principalmente el espacio encabezado por el kirchnerismo. Este punto en particular no es nuevo y puede sostenerse que la comunicación nunca fue un punto fuerte del Gobierno anterior. Quizás pueda situarse en el conflicto de la 125 el momento en que la comunicación del kirchnersimo comenzó a encerrarse sobre sí misma, a volverse una interpelación más a los propios que a convencer a sectores más amplios. Esos sectores esenciales para ganar una elección, que fueron los mayores beneficiarios de las políticas de los 12 años kirchneristas, pero que no encontraron representación ni interpelación en ese discurso. Puede plantearse como hipótesis que el exponer constantemente la conflictividad y la lucha antagonista fue una lectura que no vio lo que aprovecha hoy el Pro-Cambiemos: que en amplios sectores de la sociedad lo que hay es una búsqueda de atenuación de los conflictos, y que aquella retórica, profunda, compleja y rica conceptualmente interpela a los propios, a los militantes, pero que si se quiere resguardar conquistas y derechos la comunicación debe descentrarse e interpelar a lo «otro».

4. Desafío: construir una nueva hegemonía

A ese otro que no viene de tradiciones militantes, intelectuales o académicas. El problema del sujeto deviene en analizar para quién se está comunicando, a quién se apunta y quiere convocar para construir la hegemonía que sustente el proyecto político. Porque si algo demostraron las elecciones es que con el núcleo kirchnerista no alcanza. Si bien mantiene un porcentaje de apoyo alto luego de 12 años de gestión, ese porcentaje viene mostrándose estático, con escasa movilidad de crecimiento. De lo que se trata entonces es de construir nuevamente hegemonía, retomar tradiciones populares y democráticas, retomar conquistas y derechos de la última época, y articular con demandas, expectativas, subjetividades e identidades más amplias que atraviesan la sociedad. Si los votos de la primera fuerza opositora no alcanzan, tampoco alcanza apelar al real empobrecimiento de las condiciones materiales de existencia, ya que una multiplicidad de otros sentidos está en juego en la coyuntura política actual.

El desafío es poder articular en un nuevo consenso opositor que haga primar los puntos comunes por sobre las diferencias y que pueda disputarle la hegemonía a un Gobierno que aparece hoy fortalecido y victorioso. En las políticas del Gobierno, en la transferencia de recursos hacia los sectores de mayores ingresos, en los despidos y flexibilización laboral y en el creciente clima represivo, hay terreno para desarrollar esta tarea

Alejandro Gómez

Comunicador Social (UBA) / Docente Bachillerato Popular

i LACLAU, E. (1995). ¿Por qué los significantes vacíos son importantes para la política? en Emancipación y diferencia, Barcelona: Ariel.

ii ALTHUSSER, L. (1970). Ideología y aparatos ideológicos de Estado. Buenos Aires: Nueva Visión.

iii GRANOVSKY, M. (2017, 24 de octubre). “Cambiemos impuso su interpretación”. Página 12. https://www.pagina12.com.ar/71266-cambiemos-impuso-su-interpretacion