Estimado,
El diario titula que mediante un decreto presidencial las Fuerzas Armadas podrán intervenir en la seguridad interior. Me llegan mails, mensajes de texto, los posteos giran en las redes sociales. Parece haber una enorme reacción cibernética. Parece que va a haber una gran marcha al Ministerio de Defensa. Pero el titular fue escrito, con la impunidad de quien puede. La impunidad del deber-ser conservador de rescatar el poder perdido, afianzar las ideas debilitadas. Me recuerdo mucho menos de tres años atrás en una movilización diciéndole, diciéndome: “ahora hay un piso, no se puede hacer cualquier cosa”. El razonamiento aludía a mi convicción en relación a la construcción histórica de consensos mínimos sobre el funcionamiento democrático de nuestro país, la articulación de instituciones del Estado; el derecho de la existencia de brazos y ojos del Estado frente a la capacidad de agencia e intervención de ciertos actores económicos. Sabemos, no es el Dios Mercado, son los actores. Entendía que había consensos, sobre todo, respecto a lo errado de ciertos discursos foráneos -en un sentido amplio, lo ajeno- cuya génesis se encuentra en los grandes centros de poder. ¡Volvimos al mundo, estimado!
Hoy esos acuerdos se me presentan diluidos, aquel piso que tan firmemente creía emplazado bajo mis pies primero fue poroso, ahora está encharcado. Me pregunto entonces, por el futuro de nuestros pasos, por el sustrato de nuestro caminar. Por la mera posibilidad de avanzar sin la necesidad de escudos. Sin atravesar constantemente laberintos de obstáculos.
La esperanza de pensar desandados ciertos esquemas de percepción que creímos vetustos, hoy es su contrario: la desazón. Efemeismos. Deudismos externos. El Estado elefante. Todo añejo. Miramos perplejos. Leo azorada largas notas de opinión que, como haciendo pases de magia, rescatan cosmovisiones que llegué a creer que pertenecían a los libros de historia. Máquinas del tiempo. Máquinas de lo inmóvil. Hielo.
¿Eran tan frágiles las batallas ganadas? No, la historia no se repite como farsa. No.
Intento, entonces, no hacer ejercicios de mala praxis sociológica. Debemos escaparle a la mirada triunfalista de la que pequé en algún momento, no hay acuerdos inmóviles. Hay acuerdos en constante construcción, hay pasos que no deben dejar de darse nunca. Porque nunca son definitivos, y nunca lo serán. Porque no estamos frente a máquinas de lo inmóvil, lo que observamos son dispositivos de control, que se reactualizan constantemente. Así es el control de las poblaciones, escurriéndose de la mirada. La emancipación dependerá, entonces, de nuestro movimiento.
Atentamente,
Victoria.
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Estimada,
Atento a su palabra, recibo indignado la proclama del nuevo plan de operaciones que concierna a las Fuerzas Armadas. El nuevo decreto que extiende su rol a la seguridad interna tiene la marca de su zona de enunciación: la voz de un presidente que, desde el atril de un centro clandestino de detención, y, con un gesto de condescendencia, evidencia cómo el discurso de la reconciliación hace carne en el despojo de una democracia debilitada.
Me pregunto, estimada, qué vínculos tiene la gubernamentalidad neoliberal con este principio rector de la impunidad y con el ciclo ascendente de un entramado capilar represivo que se viene consolidando desde hace ya dos años y medio. La constatación del rumbo de una economía política regresiva, extranjerizada y comandada por los organismos supranacionales debe y, así es exigida, condecorarse con un marcado lineamiento de restauración autoritaria en los diferentes entramados de poder. Y eso se hace dislocando las lógicas previas acumulación (deskirchnerizando o desperonizando) y disputando los sentidos fuertemente arraigados de la memoria. Para consolidar este modelo excluyente, además de las Fuerzas Armadas en la calle, resulta necesario construir un marco discursivo y un determinado sentido que las habilite a actuar. Ese sentido es un eufemismo efectista que constata el argumento de por sí: “defensa contra el narcotráfico y contra el terrorismo internacional”. Cuando el sentido deviene eufemismo asume el carácter de sentido común y circula naturalizado por las diferentes superficies sociales, atando cabos afectivos y abjurando miedos en la autoridad. El peor de los pronósticos y la vía libre al uso de la violencia por parte del Estado.
Desde la vuelta de la democracia, la construcción de la memoria no se limitó al mero recuento de los daños sobre la dictadura, como sí ocurrió, incluso tardíamente, en otros países. En nuestro caso, la memoria colectiva se articuló, de la mano de los organismos de derechos humanos, con una fuerte demanda de verdad sobre lo ocurrido y de justicia frente a los responsables y cómplices de la represión estatal. Esa marca imborrable, inédita y con la potencialidad de ser reactualizada políticamente, contribuyó a sedimentar un consenso en torno a la limitación del accionar de las Fuerzas Armadas en asuntos internos. Así, se constató, primero socialmente y luego jurídicamente, la separación entre la defensa y la seguridad nacional. Hoy sabemos que cuando estos dos significantes se conjugan como sinónimos, no opera un desconocimiento cívico, sino la intención de construir un enemigo interno. Esta es la trampa de la gubernamentalidad neoliberal; esta es la vocación del sentido del decreto.
Lo podemos constatar en los hechos consumados: la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado o el asesinato de Rafael Nahuel de la mano de la gendarmería, evidencian la construcción ficticia de un enemigo interno; o la doctrina Chocobar o el impulso del 2×1 a los genocidas, o las prácticas de control, vigilancia encubierta y represión en las manifestaciones sociales; entre tantos otros hechos.
La responsabilidad de defender estos consensos es una responsabilidad cívica y democrática, pero ante todo es un modo de sostener y profundizar una de las mayores formas de reparación simbólica que se hemos obtenido a fin de elaborar las marcas de la última dictadura.
Frente a ello, Nunca Más. Fuerzas Armadas represivas, Nunca Más.
Atentamente,
Lucas.
María Victoria Raña y Lucas Saporosi
Fotografía: M.A.F.I.A.