En la oficina aún hay un cartel con la cara de Santiago Maldonado. Es un dibujo en blanco y negro pero su rostro nos interpela como si estuviese ahí, nos mira en silencio, nos afirma junto a la leyenda que tiene debajo que el Estado es responsable. El paisaje alrededor es caótico y chatarrero: solemos abandonar carteles y decorados más de lo debido. Pero Santiago es distinto. Después de un año sigue siendo una pura actualidad.

La fatalidad que representa, el frío sopor de la muerte temprana, no se cierra sobre sí misma en los avatares de una tragedia, se cifra, más bien, en el síntoma de un momento particular que refuerza cada vez más su estructura represiva. Después de todo, lejos estamos de “celebrar”, simplemente, una nueva derecha democrática. Esa auspiciosa novedad venía arrastrando el fardo pesado de las botas, los gases y las balas. Santiago Maldonado no murió ahogado. Santiago Maldonado ha ingresado en una triste secuencia lúgubre, una cadena oscura de muertos por la represión.

No es mi intención aquí realizar una crónica de los sucesos de hace un año en la zona del río Chubut, cerca del Lof Cushamen. Tampoco una descripción sobre el estado de las dos causas que todavía siguen abiertas (la del habeas corpus y la caratulada como desaparición forzada), las cuales, parece, seguirán su curso por un largo tiempo. Para todo eso contaremos con muchos artículos en este triste aniversario y con el flamante documental “El Camino de Santiago”, dirigido por Tristán Bauer y con guión de Florencia Kirchner y Omar Quiroga, que se estrenará por estos días. Mi intención es otra, mucho más simple y acotada. Es reflotar la polémica por el sentido de su muerte, es situarme en Santiago como un significante de la represión y pensar desde allí lo que pasa hoy.

Resulta imposible, entonces, no referirse al conflicto en el sur con el pueblo mapuche. Causa histórica de disputa por las tierras y por los derechos de los pueblos originarios con la cual Santiago se solidarizó. Pero su muerte lo trasciende. En ese sentido, debemos hacer el esfuerzo de resistir el impulso que segmenta y particulariza cada vez más los conflictos, las disputas, las problemáticas sociales y las luchas. Una fuerza que individualiza y puja por desarticular los lazos sociales de solidaridad y que es parte de la lógica neoliberal imperante.

Las operaciones discursivas que giran en torno a estos conflictos y que comienzan a circular desde los canales oficiales de información (muchos importantes medios de comunicación incluidos) buscan cubrir estas cuestiones con cierto manto de sospecha. Se las sustraen de sus causas históricas y realmente específicas y se las inscribe en las retóricas dominantes que deslegitiman cualquier reclamo social: la “corrupción”, los “intereses espurios”, la “sucia política”. Se tornan exponentes de una nueva “barbarie”, una otredad ilegítima y atemporal que no permitiría avanzar hacia el futuro. “Ñoquis del Estado”, sindicalistas, docentes que hacen paro, militantes políticos, pueblos originarios; cualquiera que se enfrente al disciplinamiento neoliberal puede ingresar en esa lista. Luego de la brutal represión y de la desaparición de Santiago Maldonado, tanto él como el pueblo mapuche han ingresado en ella.

Una muestra de esto fue el intento, ridículo en gran medida, del gobierno nacional por instalar la idea de una amenaza terrorista interna. La construcción discursiva de Santiago como un sospechoso y de la RAM como una suerte de guerrilla separatista no buscaba otra cosa que aislar el hecho y el conflicto y encerrarlo en su especificidad. Una especificidad viciada con la retórica del terrorismo, un discurso que parece importado de EE.UU. Por supuesto, la ministra de seguridad, Patricia Bullrich, enseguida respaldó el accionar de la Gendarmería. La violenta represión de la protesta se justifica a toda costa y con todo cinismo, incluso negando lo que parece innegable y afirmando lo que parece absurdo de afirmar.

El neoliberalismo es la nueva cara del capitalismo desde hace ya bastante tiempo. Por supuesto, este nuevo rostro es jovial, encantador, arriesgado, despreocupado, desestructurado, profundamente cínico y revolucionario. Sí, en efecto, el neoliberalismo es revolucionario en un aspecto y, a la vez, terriblemente conservador y reaccionario en otro. El disciplinamiento neoliberal, entonces, transita por vías diferentes a las de las sociedades disciplinarias que había descripto Foucault. Se disciplina mediante la predicación y la experimentación del culto a la individualidad, a la mercantilización de todo, a la autosuperación personal frente a cualquier tipo de límite (incluso si esos límites implican los derechos del otro) y a la desarticulación de los lazos sociales y de las identificaciones políticas en nombre de la emancipación. Y los mecanismos que se utilizan pueden ser cada vez más violentos y represivos en los casos en los que haga falta. El rostro jovial y desestructurado se desnuda en su verdad: el autoritarismo y la violencia.

A un año de la muerte de Santiago Maldonado a causa de la represión llevada a cabo por la gendarmería y del asesinato de Rafael Nahuel bajo las mismas circunstancias, el gobierno nacional aprobó por decreto el uso de las Fuerzas Armadas para la seguridad interior. Esto, se sabe, habilitará a que los militares puedan reemplazar a la gendarmería en la protección de objetivos estratégicos como las centrales nucleares. De esta manera, la gendarmería podría liberarse y llegar a actuar en cuestiones que antes no podía cubrir del todo. La protesta social podría ser uno de esos objetivos.

Con la excusa de la lucha contra el narcotráfico mediante el envío de tropas a la frontera norte y la lucha contra el terrorismo al permitir a las FFAA actuar frente a amenazas externas aunque no sean de carácter estatal, el macrismo legitima y refuerza la impronta represiva del gobierno y el accionar de las fuerzas de seguridad, incluso luego del desastroso desempeño en el Río Chubut que culminó con la muerte de Santiago Maldonado y en Bariloche, que culminó con la muerte de Rafael Nahuel por un tiro en la espalda. No hubo, ni hay, ni habrá ningún tipo de intención de juzgar ni de cuestionar, al menos, los excesos de la violencia represiva. La doctrina Chocobar se aplica tanto a la delincuencia como a la protesta social, lo que para el oficialismo parece ser un poco lo mismo. En ese sentido, el recrudecimiento de la violencia represiva también se manifiesta en la violencia ante la “inseguridad” mediante hechos de gatillo fácil, como el que culminó en Tucumán con la muerte de Facundo Ferreyra, un niño de 12 años.

Las cuentas cierran con represión. Las políticas económicas neoliberales implican, como dice David Harvey, la restauración del poder de clase. Es decir, el recrudecimiento de la desigualdad. Ante políticas de ajuste, desmantelamiento de derechos, despidos masivos, utilización de tierras para el negocio inmobiliario y endeudamiento externo, la contención de la protesta mediante el recrudecimiento de la represión es una carta que se utiliza y se justifica sin pudores.

Esa secuencia de la que hablábamos antes, la de los muertos por medio de la represión, encuentra a todos los que han caído en el marco de alguna lucha en contra de los poderes del capitalismo. Insisto en pensar en Santiago Maldonado, a un año de su muerte, pensando también en Kosteki y Santillán, en Carlos Fuentealba, en Julio López o en Mariano Ferreyra, aun teniendo en cuenta las diferencias específicas de todos esos casos, porque resulta superador pensar en las cuestiones que unifican los diferentes estallidos de la conflictividad social.

La movilización social sabe que estas luchas se unifican, entiende que movilizarse por Santiago Maldonado y que movilizarse por la legalización del aborto, por ejemplo, encuentra un punto en común: el de la emancipación. El poder neoliberal, precisamente, intentará eclipsar eso. El problema, entonces, no es tanto que la movilización pueda ser minoritaria en el conjunto social, sino que no se pueda articular en un proyecto político claro y en una identidad política potente. A veces, pareciera que se salta de lucha en lucha como se puede, como intentando cubrir baches. Y esa es la lógica a la que llevan los poderes de turno. El desafío sigue siendo intentar superar y adelantarse a eso.

Por Adrián Negro

Fotografía: M.A.F.I.A.