POR SEBASTIÁN STAVISKY

¡Toda Sociedad que vosotros construyáis tendrá sus límites y por los límites de toda Sociedad deambularán los vagabundos heroicos y despeinados, de pensamientos vírgenes y salvajes, que sólo saben vivir preparando continuamente nuevas y formidables explosiones rebeldes!  Renzo Novatore

La frase del epígrafe pertenece al folleto Mi individualismo iconoclasta de Renzo Novatore, anarquista italiano asesinado a sus treinta y dos años por un carabinieri en una taberna de Teglia en 1922. Otro de sus textos, tal vez el más conocido, es Hacia la nada creadora, título alusivo de una de las frases de El Único y su propiedad de Max Stirner, una de las principales influencias del pensamiento individualista que profesaba Novatore. “Yo no soy nada en el sentido de vacío, pero soy la nada creadora, la nada de la que saco todo” –escribe Stirner hacia el final de la introducción de su libro que comienza con el fragmento de un poema de Goethe: “He fundado mi causa mi nada”. En un recorrido libre y en gran parte autodidacta, muchxs llegamos a estas lecturas a través de la biografía de Severino Di Giovanni escrita por Osvaldo Bayer, en la que cuenta del grupo anárquico individualista que aquel fundó en 1925 y bautizó con el nombre de Renzo Novatore, además de transcribir varios fragmentos de artículos que el anti-fascista fusilado en 1931 en el patio de la Penitenciaria Nacional le dedicó a quien corriera similar suerte en una taberna italiana. Posiblemente, aquel libro haya sido la inspiración de Santiago Maldonado para el mural que pintó a la memoria negra de Di Giovanni en las calles 36 y 8 de la localidad bonaerense de 25 de Mayo. Entre las frases que escribió para acompañar la imagen de un mutante punky acostado delante de un arcoíris, se lee “Hacia la nada creadora”.

Los escritos de Bayer fueron –y posiblemente sigan siendo– lectura obligada en la formación sensible de toda una generación para quienes recibir una orden, venga de quien venga, fue siempre sinónimo de injusticia. Sus relatos de vidas dispuestas a dejarlo todo por sueños de libertad nos sujetaron a imágenes inspiradoras que, en ocasiones, nos propusimos levantar como bandera, pero en las que difícilmente pudimos reconocernos. Revolucionarios viriles, amantes del peligro y la ilegalidad, de verbas incandescentes y revólveres cargados, duchos en el manejo de explosivos y la excavación de túneles, para quienes el pelotón de fusilamiento no era más que una tribuna ante la cual decir la verdad, y la muerte –como Di Giovannni escribió de Novatore–, un modo de conquistar la victoria. Ante imágenes como éstas, la idolatría pareciera no ser más que una manera de convivir con las sombras bajo las que astros fulgurantes eclipsan nuestras existencias.

La historia del anarquismo no se encuentra a resguardo de la costumbre de las izquierdas de heroizar a sus muertxs, y no sólo por la forma en que cierto modo de contarla se preste a delinear figuras emblemáticas de revolucionarios ejemplares. Sería justo reconocer en este fanatismo lúgubre los resabios de una tradición cristiana que todavía llevamos a cuestas incluso lxs más fervientes atexs, como si la sangre de lxs mártires hubiera plantado su semilla en nosotrxs mucho más hondo de lo que estuviéramos dispuestos a reconocer. En tal caso, si –como dicta el refrán libertario– la única iglesia que ilumina es la que arde, tal vez debamos comenzar por echarnos nosotrxs mismxs al fuego, no para iluminar a otrxs con un nuevo acto sacrificial, sino para incinerar nuestras propias fantasías escatológicas. ¿O es que no hay imaginarios más vitales con los que podamos hacernos una memoria que no nos exija una entrega absoluta; biografías que nos inspiren por la prudencia con que se aferraron a la vida y no por el modo en que se arrojaron o, simplemente, encontraron la muerte?

Una indagación de pretensiones menos cinematográficas nos permite encontrar en los intersticios de la historia anárquica el eco de ciertas voces que nos hablan de una voluntad de demoler toda idea fija, incluso las que habitan en el firmamento del santoral libertario. El libro que inspiró a tantos individualistas en su cruzada contra la sociedad tal vez sea el manifiesto iconoclasta más radical que se haya escrito. Su autor –cuya muerte tan poco heroica, atribuida por algunxs a la picadura de un mosquito, pareciera haberle hecho justicia a su indocilidad a cualquier idolatría– no sólo reniega de la sujeción religiosa a la figura de Dios, también de la sujeción humanista a la figura del Hombre, y de la idea socialista de revolución. En reemplazo de esta última, Stirner prefiere apostar por las insurrecciones que no buscan cifrar su suerte en el establecimiento de un nuevo orden, sino que apenas se conducen por la voluntad de no dejarse organizar. Mientras muchxs vieron en este llamado stirneriano a la insurrección imágenes de violentos motines destituyentes, es preciso recordar que su autor también nos habla de ellas como un ejercicio libre del pensar despojado de imágenes del pensamiento que lo condicionen.

La costumbre libertaria de derribar todo ícono o emblema que se eleve más allá de su alcance no fue resultado de la lectura de autorxs de referencia, sino que constituía una actitud ante la vida que se resistía a distinguir entre medios y fines para hacer de su actualidad el campo de experimentación utópica. En 1901, año en que casualmente se publica en España la primera traducción al castellano de El Único y su propiedad, un conjunto de periódicos anarcos se dispuso realizar una colecta para renovar y embellecer la tumba de Bakunin en la ciudad suiza de Berna. Entonces, uno de los colaboradores más asiduo de La Protesta Humana levantó la voz para señalar los riesgos de tales presuntas buenas intenciones: “Si nos da la manía de los monumentos, si nos empeñamos en imitar a los grandes señores, ya no podremos dirigir nuestras diatribas contra las religiones que desencadenaron sobre la humanidad un furor místico y a todas luces pernicioso”. Pero los riesgos en la santificación de trayectorias excepcionales y de caídxs en la lucha por el ideal no sólo fueron señalados como un desvío de la razón anti-religiosa, también estuvieron motivados por la prudencia de ensayar una ética libertaria del cuidado de la vida. Manuel Costa-Iscar, un individualista que como Di Giovanni frecuentó los espacios anarquistas de Buenos Aires durante la década del ’20, menos atraído por la imagen del revolucionario dispuesto a dar todo de sí, alentaba a sus compañerxs a que “no se dediquen a festejar la muerte”, sino a “rendir culto a los lazos que les unen a la vida”. “¡Para qué más víctimas propiciatorias! –exclamó en otro de sus escritos–. La palma del martirio ha dejado de ser sublime y la necesidad de vivir ha de desarrollar fructíferamente el esfuerzo de la acometividad.”

Antes que un compendio de ideas ofrecidas en la góndola de las contestaciones, un principio rector al que sujetarnos o un modelo de conducta a seguir, elijo pensar el anarquismo como esos lazos que nos unen a la vida a quienes nos resistimos a dejarnos organizar. Para lxs anarquistxs –dice Christian Ferrer en “Átomos sueltos”–, la libertad es una experiencia vivida, una forma de existencia contra la dominación, y no una promesa para el día después de la revolución. Mientras la falta de esclarecimiento en la desaparición y asesinato estatal de Santiago Maldonado nos llevan a sostener el reclamo por verdad y justicia, sus escritos y las anécdotas que relatan quienes lo conocieron nos hablan de una experiencia vital que se negó a esperar a un futuro mejor para vivir la libertad con la que soñaba. En esos fragmentos dispersos de su biografía, en los espacios que habitó, la música que lo hizo vibrar, las lecturas que lo acompañaron, las luchas que sostuvo, nos es posible reconocer en él, antes que a un ídolo, a un amigo.

En las entrevistas que realizó María Florencia Alcaraz para una crónica de la revista Anfibia, lxs amigxs de Santiago cuentan que sus primeros acercamientos al anarquismo fueron a través de las bandas punk que nos inspiraron a muchxs de nuestra generación a dibujar en la adolescencia las primeras A encerradas en un círculo: Flema, Marzo del ’76, Porretas, Embajada Boliviana. La campaña de concientización sobre el VIH que realizó por su cuenta y sin pedir permiso a nadie recorriendo las calles de 25 de Mayo con preservativos colgando de su campera nos da que pensar que, tal vez, haya sido motivada por el tema “Anabelle” de Fun People que a tantxs nos llevó a preguntar cómo ensayar formas amorosas de cuidado mutuo. También Loquero posiblemente haya formado parte de la banda sonora de su formación autodidacta, y del tema “Quisiera” haya sacado letra para su escrito La paciencia. “Cuando el amor se convierte en una cárcel, los carceleros están en todas partes”, escribe Santiago, a lo que los Loquero le responderían: “como los sueños de libertad”.

Sus lecturas de Bakunin y Malatesta es posible hayan sido a través de las ediciones de Utopía Libertaria que forman parte de muchas de nuestras bibliotecas, o de alguno de los fanzines que alguna vez intercambiamos en ferias y recitales, a través de los cuales de seguro leyó también sobre veganismo, anti-especismo, feminismo, disidencias sexuales y amor libre. Lejos de los mandatos estéticos de belleza corporal, su preocupación por llevar una alimentación sana de la que habla su amigo Enzo de seguro fue forjada en el rechazo a participar de la matanza animal contra la que se levanta cada cocina anarquista. En sus visitas a las bibliotecas populares y archivos habrá conocido, como muchxs de nosotrxs, la historia de las luchas libertarias, así como ese modo tan singular, por parte de quienes sostienen solidariamente esos espacios, de combinar prácticas de la memoria con un activismo dispuesto a enfrentar las más variadas opresiones. Tal vez fue ahí, en la asamblea de alguno de los tantos comités de solidaridad que se reúnen en las bibliotecas anarquistas, que supo por primera vez de la lucha por la tierra y la autonomía del pueblo mapuche. Todavía es posible escuchar la voz de Santiago en grabaciones de viejos programas de radio convocando a actividades por la libertad de lxs presxs en centros sociales donde amigxs hacen de la clandestinidad una zona autónoma sustraída de las lógicas mercantiles de la ciudad.

Como muchxs anarquistas, Santiago comprendía que la ciudad no es el lugar más apropiado para quienes sueñan con llevar una existencia libre de ataduras, y en un acto más de propaganda por el hecho emprendió la fuga de ese “mundo artificial” del que nos habla uno de sus textos que su hermano Sergio leyó el año pasado en una de las manifestaciones por su aparición con vida. Claro que si hay quienes saben por experiencia propia que el afuera absoluto de toda tiranía no es más que una ilusión, son lxs anarquistas acostumbradxs a migrar llevando a cuestas su disposición a solidarizarse con las luchas ante la injusticia donde sea que se encuentren. En otro de sus escritos, publicado en 2015 en el fanzine mendocino Vagabun2 de la Idea y transcripto luego en el boletín La Oveja Negra que editan lxs compañerxs de la Biblioteca Alberto Ghiraldo de Rosario, Santiago escribió: “la vida es para vivirla y disfrutarla, no es para mirarla como se pasa, no es disney, no es gran hermano, no es la novela más taquillera… es simplemente única sobre todo…”

                                                                                                                      Por Sebastián Stavisky

Fotografía: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-12-18/mas-alla-del-poliamor-la-anarquia-relacional-proclama-el-fin-de-la-monogamia_582033/