En momentos históricos como el actual, es necesario hacer el ejercicio de preguntarse por las implicancias conceptuales y materiales de las aseveraciones que tenemos el gusto de escuchar de forma continua por varios medios. Aquellas que se enraízan en el sentido común y parecen ser irrefutables, pero que encuentran sus cimientos en complejos aparatos conceptuales que conllevan modos políticos de ver el mundo. Construcciones y luchas políticas por el sentido en el mundo.

Hace algunos días el ex ministro de energía, Juan José Aranguren explicitó, frente a la pregunta de una periodista, que la energía es un bien escaso. Esta definición fue verbalizada en contraposición a la declaración de un opositor quien habría dicho que la energía es un derecho humano, frente a lo cual el entrevistado manifestó su desacuerdo. Para Aranguren la energía es un recurso escaso, no un derecho humano. Es interesante analizar este supuesto binomio. Según la definición ortodoxa de la economía, y que rige las ideas del actual gobierno, ésta es una disciplina que se ocupa de administrar los bienes escasos para la satisfacción de las necesidades humanas. Siguiendo la lógica de Aranguren entonces, la economía no sería una disciplina que deba ocuparse de los derechos, porque éstos no podrían depender de bienes escasos. Los bienes escasos se rigen por la lógica del mercado, y por lo tanto, todo lo que ingrese en la esfera de los mercados saldrá inmediatamente de la esfera de los derechos.

“A veces a los argentinos nos gusta esa frase ‘mentime que me gusta’”, dijo Juan José para introducir su argumento. Es decir, explicó que el que existan personas que no compartan su visión responde al supuesto gusto de los argentinos a que les mientan, porque les gusta. La extensión de la lógica mercantil a todos los ámbitos de la vida humana es un hecho ideológico –en un sentido marxista- tan irrefutable que el considerar otra cosa desplaza al pensamiento al ámbito de la mentira. Lo que no existe, aunque alguien diga lo contrario. Lo que no sucede. Digo más, la contraposición de Aranguren es aún más profunda: es absurdo. Lo absurdo se construye como la condición de imposibilidad de lógicas de orden no neoliberales. Porque que la energía es cara es un hecho irrefutable, el resto es ilógico.

Lo cierto es que los mecanismos que rigen la formación de precios de “la energía” son bastante más complejos que las aseveraciones del ex ministro, y él lo sabe. Las empresas distribuidoras de energía también lo saben. La generación, distribución y utilización de la energía responden a muchas y variopintas decisiones económicas, sí, pero políticas sobre todo. Éstas políticas se relacionan en primera y última instancia con modos de distribuir la riqueza producida. No quiero decir que el tema del precio de los servicios públicos sea una materia sencilla, ya que para discutir eso precisaría de mucho más que algunas líneas. Más bien, me interesa desnudar el efecto real y más importante de las declaraciones de Aranguren: la cimentación de una lógica particular que se erige como única. Todo lo que queda por fuera de ésta será parte, para éste tipo de CEOS, del mundo de lo absurdo. Se puede creer otra cosa, decir otra cosa, pero finalmente no hay otra cosa. La razón de mercado es la única que puede y debe regir al mundo.

¿Qué es un derecho, entonces, según la lógica de mercado? Algún purista podría decirme que el derecho a competir por recursos escasos. Pero rápidamente sabremos que ese derecho está cercenado en sus mismas bases al eliminar por completo la equidad de las condiciones primigenias de competencia. ¿Será ese el único derecho inalienable que nos queda, el derecho a la desigualdad? Ya que sin ésta no existe tampoco la competencia. Si los derechos se oponen a los bienes escasos, y la propia existencia está mediada por el mercado -esfera de decisión respecto a los bienes escasos-, entonces la vida no es un derecho. Me vuelvo a preguntar ¿existen los derechos en el ideario neoliberal?

Me atrevo a decir que para los paladines del neoliberalismo el único derecho humano inalienable es el derecho a la muerte. Será tal vez porque no puede evitarse, de modo tal que el derecho de permanencia en el mundo – o eso que llaman la vida- es colocado en la esfera mercantil rápidamente. Para el neoliberalismo la vida es la esfera de intervención por excelencia, la biopolítica, tal como dijera Foucault tempranamente en los años 70.  Si fuese al revés, si envejecer o degradar el propio cuerpo fuese costoso probablemente habría un mercado del morir (no de los rituales mortuorios, de eso ya hay de sobra). Pero no lo hay, porque es lo único que es absoluta e inapelablemente inevitable. Por ahora. La permanencia en el mundo no es un derecho, por lo tanto morir es el único que queda. ¿Será que la afirmación del ser genérico del hombre no es, para el neoliberalismo, nada más y nada menos que el acto de morir?

 

Por María Victoria Raña

Socióloga

Fotografía: M.A.F.I.A