Cuando asisto a una asamblea feminista básicamente veo dos clases de personas: las que tienen cobertura de salud prepaga y las que no contamos con esa cobertura. Muy probablemente para el primer grupo de feministas luchar por el aborto legal signifique una cosa y para les otres, algo completamente distinto. ¿Qué significa luchar por aborto legal, seguro y gratuito en un contexto de destrucción de la salud pública como hace décadas no se ve? Desmantelamiento progresivo de los servicios del Hospital Nacional Posadas. Degradación del Ministerio de Salud de la Nación en Secretaría. Proyecto del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires de fusionar en el predio del hospital de Infecciosas Muñiz los hospitales Ferrer (especialidad en rehabilitación respiratoria), Curie (oncología), Udaondo (gastroenterología) y el Instituto de Rehabilitación Psicofísica. El Hospital Muñiz fue el centro de salud donde históricamente eran derivadas las mujeres con infecciones provocadas por complicaciones del aborto. Una de las fundadoras de la primera Comisión por el Derecho al Aborto, Rosa Farías, fue jefa de enfermería y delegada gremial del hospital Muñiz. Rosa Farías –-luchadora de la izquierda peronista antiburocrática en el gremio municipal porteño, y además, evangélica metodista- conocía de primera mano por qué era imperioso luchar por la legalización del aborto, por la defensa de la salud pública y por medicamentos gratuitos.
Militar aborto legal seguro y gratuito, movilizarse bajo esa consigna únicamente y no hacerlo por la defensa del sistema público de salud y por medicamentos gratuitos, equivale a militar por aborto legal para personas con cobertura de salud prepaga. Y quizá también para las que tienen obra social en condiciones, porque en caso de que se produzca alguna complicación puede tocarnos una obra social con guardia en clínicas ubicadas a kilómetros de nuestro domicilio. Y muchas de esas clínicas tienen expedientes por mala praxis tramitando en los Tribunales. Es fácil saberlo: googleamos la clínica que nos toca y el historial salta al instante.
Ensayemos ponerle nombre a esta forma de militancia que no se preocupa por las condiciones materiales de aplicación de aquello por lo que lucha. Propongo llamarla feminismo abstracto. Este feminismo es el que se caracteriza por atender la situación de una franja de mujeres sin dificultades económicas. Este feminismo, fiel al dogma (neo)liberal, actúa suponiendo que los beneficios que espera para esta franja de mujeres será extensiva a todas. (No hablemos de lesbianas, trans y no binaries, racializades o no, porque sería un exceso descriptivo, o en todo caso “todas sufrimos la misma opresión”, frase repetida cual mantra durante décadas en los espacios feministas porteños. Tampoco hablemos de establecer distinciones entre contextos feudales, posindustriales y toda la gama de posibilidades territoriales, porque “todas somos iguales” o al menos “debemos tratarnos como iguales”). Es un feminismo de espaldas a cada situación concreta. La ficha de la realidad le cae cuando, a través de la prensa o de un grupo que activa en territorio y redes sociales, trasciende que alguna institución pública niega el aborto a una mujer en situación desesperante o a una niña. Pero qué les pasa a millones de personas privadas salud pública gratuita y de calidad (o con restricciones para su acceso), no es algo de su incumbencia. Porque luchamos “por aborto legal, seguro y gratuito” y tal vez también “en el hospital” (¿en qué hospital?) o “en cualquier lugar” (¿cómo? ¿quién receta y paga el misoprostol? ¿todes tienen acceso a las líneas gratuitas o al acompañamiento feminista?).
La cuestión se complica cuando para llevar a la práctica la lucha por el aborto legal en abstracto se calcula que es preciso hacer alianza con lxs destructores de la salud pública, con lxs que recortan derechos a la población anciana y con discapacidades, con lxs que le sacan la comida de la boca a lxs asalariadxs y personas arrojadas a los márgenes del sistema.
Escenas de mi infancia regresan a mí en este contexto. Me envuelven. Me invaden. Los trapitos de tela de colchón que mi madre lavaba cuidadosamente en la bañera. (Teníamos baño completo con azulejos y bañera. Mi abuelo lo había hecho nuevo en sus últimos años. En el fondo de nuestra casa chorizo se mantenía en pie el antiguo baño con puerta persiana, con el excusado con tabla de mármol y sin tapa, y la ducha con recipiente para calentar el agua con alcohol de quemar).
Un día le pregunté a mi madre para qué eran esos trapitos. “Son para una lastimadura que se me abre todos los meses”. No había dinero para toallitas (que en aquellos años 60 las toallitas industriales se llamaban Modess y no tenían franja adhesiva ni alas). Los tampones los usaban las nadadoras y el rumor que corría en los últimos grados de la escuela primaria es que “hacían perder la virginidad”, igual que andar en bicicleta.
Volvimos al trapito. A mí no me toca porque hace un tiempo que entré en menopausia. Pero hace poco me enteré en Facebook de la existencia de un taller para fabricar trapitos artesanales. Con bellas costuras, en color rojo, no como los trapitos de tela de colchón (la tela de los colchones de lana era celeste grisáceo). No digan, por favor, que todes saben que existe la copa menstrual. Intentemos por un momento no hacer feminismo abstracto.
Solo espero que a nadie le falte ibuprofeno si lo precisa. Recuerdo bien cuando los dolores menstruales me partían al medio y aún no conocía el ibu (fueron casi dos décadas). Pero sospecho que eso está sucediendo más de lo que estamos escuchando.
Por Adriana Carrasco
Periodista.
Fotografía: Archivo de Crónica. Biblioteca Nacional.