Hace un mes aproximadamente un conocido matutino de tirada nacional se preguntaba “por qué el conflicto docente se volvió cíclico”. Aunque diversos especialistas fueron convocados a dar una opinión que explícitamente trascendiera la coyuntura, las explicaciones oscilaban entre aquellas que hacen énfasis en el deterioro salarial reciente o en la falta de acuerdos políticos inmediatos. Generalmente este tipo de intervenciones reaparecen cuando un nuevo conflicto alcanza (o se prevé que pueda alcanzar) cierta envergadura, y suelen ser además preparatorias de una fuerte ofensiva contra los docentes y sus organizaciones, contraponiendo a la huelga y el reclamo sindical, una pretendida actitud vocacional o profesional que, ubicada en un pasado remoto, se habría perdido y sería necesario recuperar.

¿Es así efectivamente?  ¿Cuándo comenzó en nuestro país el fenómeno de las huelgas docentes? ¿Cómo se desarrolló el proceso por el cual maestros y profesores fueron adoptando formas de organización y lucha propia de los obreros?

Si realizamos un apretado repaso por la historia argentina podemos, de hecho, rastrear la existencia de algunos de estos fenómenos ya desde fines del siglo XIX. Existe relativo consenso en considerar a la huelga de la Escuela Superior de San Luis como la primera huelga docente en el país, en un año tan poco reciente como 1881. Una década más tarde se constituyó la Liga de Maestros de San Juan, considerada también la primera organización docente. El desarrollo de la investigación histórica va encontrando nuevos hitos, pero si pensamos que la huelga que se reconoce como la primera fue realizada en 1878 por los tipógrafos, se trata entonces de formas de organización y lucha contemporáneas a la etapa de nacimiento del propio movimiento obrero. Sin embargo, mientras que este movimiento logra realizar las primeras huelgas generales en la primera década del siglo XX, a los docentes les llevará más de medio siglo hasta alcanzar su primera huelga en todo el país en 1960.

Esto no quiere decir que no haya habido huelgas ni sindicatos docentes durante todo ese período. De hecho, algunas constituyen hitos importantes en la historia de este colectivo, por ejemplo, la huelga de Mendoza en 1919, que se realizó a la par que se constituyó Maestros Unidos, el primer sindicato que se adhirió a una central obrera nacional, al afiliarse a la Federación Obrera Local y, a través de ella, a la FORA.

Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX las organizaciones sindicales no lograban estabilidad a lo largo del tiempo y la corriente que se constituyó como dominante fue la que tuvo su mayor expresión en la llamada Confederación Nacional de Maestros, fundada en 1917. Una característica de esta entidad era que en sus peticiones ante las autoridades reivindicaba la necesidad de un estatuto propio de la docencia, la implantación de un escalafón profesional, y la constitución de juntas de calificaciones y de disciplina en parangón… con las Fuerzas Armadas.  De hecho, poco antes de la mencionada huelga de Mendoza, la CNM se alineó contra los obreros en la Semana de Enero y posteriormente mantuvo acercamientos con la Liga Patriótica Argentina.

Será a mediados de siglo XX que comenzarán a aparecer bajo sus primeras formas algunos de los sindicatos nacionales que conocemos en la actualidad, como el Sindicato Argentino de Docentes Particulares y la Asociación del Magisterio de Enseñanza Técnica, y un poco después, la Unión de Docentes Argentinos, aunque esta tenía en su primera conformación un carácter de asociación profesional antes que sindical. Y en 1958, luego de una huelga docente de un mes y medio en la provincia de Buenos Aires, se logrará la sanción del Estatuto Docente (aunque es importante señalar que ya habían existido estatutos previos, como el de 1954, y el de la enseñanza privada en 1947). En este sentido, esta huelga constituye ya un hito importante, pero también porque la sanción del estatuto parece expresar el punto culminante de la fase en que los docentes expresaban sus intereses como funcionarios antes que como trabajadores. Inmediatamente después, durante la década del sesenta, se desarrollará la disputa entre las corrientes “profesionalistas” y “sindicalistas”, las cuales constituirán en 1973 la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA), la mayor organización sindical nacional de los docentes en la actualidad.

El nombre mismo de la entidad expresaba ya la solución de compromiso entre las distintas corrientes: se denominaba de “trabajadores de la educación” (y no, de “docentes”), pero se constituía como “confederación” (y no como federación, en un intento de parangonarla a un mismo nivel que la Confederación General del Trabajo). Recién en 1986, y durante un breve período, la CTERA confluirá dentro de la CGT, para en 1992 constituir un nueva central sindical, una de cuyas vertientes continúa hoy en la denominada CTA de los Trabajadores. La elección de un dirigente docente como secretario general de la Confederación de los Trabajadores Argentinos en 2005 también puede considerarse un hito en la creciente asimilación con el movimiento obrero.

En este último período, además aparece la reivindicación de la constitución de instancias de negociación colectiva, que se expresarán en la sanción de la ley respectiva en 1989, la cual no fue finalmente aplicada, y las instancias paritarias habilitadas a partir de 2008 hasta 2017 por la Ley de Financiamiento Educativo de 2005.  Estos desarrollos no implican que los docentes hayan abandonado la defensa de los estatutos conquistados en la etapa previa. Pero así como la inexistencia de una forma estatutaria acabada durante la primera mitad del siglo XX no negaba el carácter de los docentes como funcionarios, sino que por el contrario, lo reafirmaba, es decir, la forma no se presentaba como expresión inmediata del contenido, de la misma manera, la persistencia de la forma estatuto parece en realidad estar guardando un nuevo cambio de contenido: de funcionarios a trabajadores. De hecho, estos estatutos son defendidos en tanto son atacados por la burguesía aduciendo, precisamente, que no existirían razones para sostener un régimen especial… para un grupo de trabajadores.

En términos históricos es entonces observable este crecimiento y desarrollo de los sindicatos hasta constituir organizaciones masivas y estables en el tiempo, así como la adopción creciente del uso de la huelga como forma de protesta (recordemos que aproximadamente una de cada cinco huelgas en nuestro país en las últimas dos décadas son realizadas por docentes). Estos fenómenos son muchas veces vistos, desde la perspectiva de los trabajadores, como una suerte de “toma de conciencia” de este grupo, que a partir de determinado momento habría asumido su condición de clase. Y desde la perspectiva de la burguesía, como una suerte de “oportunismo” ideológico circunstancial, y de ahí, su proclamado afán de volver a un pasado donde esas formas proletarias no eran las dominantes.

Sin embargo, sabemos, por un lado, que no existe sujeto que no tenga algún grado y forma de conciencia sobre las relaciones sociales en que desarrolla su vida, y hemos visto que durante una parte importante de la historia esa forma de conciencia efectivamente existente asumía predominantemente (aunque no únicamente) la reivindicación de los intereses como funcionarios antes que como trabajadores. ¿Cómo se explica este cambio? Sea para ponderarla o para denostarla, se suele hacer referencia a la influencia de los dirigentes y cuadros sindicales que impulsaron el desarrollo de esta forma de conciencia, pero sin intención de reducir su importancia histórica, lo cierto es que estos dirigentes y cuadros son expresión de un determinado colectivo, y si este colectivo decide seguirlos es porque en algún punto algo de la realidad material en que se movía les hizo ver como una orientación práctica y efectiva la reivindicación de sus intereses como trabajadores en desmedro de las formas previas. Por otra parte, enfocar meramente en la incidencia de los organizadores le otorga al análisis un sesgo voluntarista que lleva implícito el supuesto de que bastaría el reemplazo de esos dirigentes y cuadros para que cambiaran los intereses del conjunto al que conducen.

¿Qué cambió entonces? Las ciencias sociales aún se encuentran en deuda para dar una explicación acabada de este proceso de proletarización, y en ello no juega un rol menor el verdadero obstáculo epistemológico que constituye el encasillamiento de este conjunto por parte de las corrientes teóricas dominantes como parte de las “clases medias”.

Aunque desde esa mirada es posible dar cuenta de factores de degradación o empobrecimiento relativo, conduce eventualmente al sesgo de clasificar, sea a una parte o a todos los docentes, como parte de las capas inferiores o “empobrecidas” de esas clases medias. Sin embargo, esta explicación resulta insuficiente si consideramos que buena parte de la clase obrera no es pobre (e incluso sus capas acomodadas pueden recibir un salario mayor la de un docente) y que lo que estamos intentando explicarnos es el proceso que conduce a un determinado grupo tradicionalmente caracterizado como de “no trabajadores” a asimilarse, no precisamente con la “clase media pobre”, sino con la clase trabajadora.

En todo caso, la respuesta a la pregunta sobre cuánto persisten en la actualidad relaciones que determinan aún a los docentes como parte de la pequeña burguesía y cuánto se han difundido aquellas que tienden a constituirlos como parte del proletariado, no puede obviar que este proceso de creciente asimilación de los docentes a la clase trabajadora expresa un fenómeno orgánico, de largo plazo, relativamente permanente e irreversible en la estructura social y no una mera veleidad circunstancial e los docentes o de sus dirigentes. Es un hecho que, además, no sólo ocurre en nuestro país sino que tiene un alcance mundial. Tanto es así que existen investigaciones que señalan a la educación como una de las ramas que tienden a concentrar buena parte de la conflictividad laboral en la actualidad y donde las protestas se encuentran más desplegadas a nivel mundial.

Retomando el planteo inicial, efectivamente, no es casual que la cuestión sindical ligada a los docentes aparezca como un problema relativamente reciente en términos históricos.  No porque no hayan existido organización y huelgas de los docentes previamente, sino porque estas se han constituido en un fenómeno orgánico y no coyuntural en términos históricos relativamente recientes.   Son los propios docentes a través de la consolidación de sus sindicatos y sus luchas, el propio movimiento obrero que en sus centrales sindicales los acoge, y la misma burguesía que a través de sus cuadros ideológicos y políticos los ataca en tanto trabajadores, quienes están poniendo sobre la mesa la existencia de este proceso. Es hora que los investigadores sociales también podamos dar cuenta de ello.

Por Ricardo Donaire

Sociólogo e investigador – PIMSA

Fotografía: M.A.F.I.A.