La gran diferencia entre el pensamiento del sentido común y el pensamiento sociológico es que el primero tiene como sustrato primordial la naturalización de un orden de cosas determinado, y el segundo debería –en el mejor de los casos- hacerse eco del primero para desandar aquellos constructos sociales que se presentan como ininmutables, inapelables. O al menos esto aprendemos los que aspiramos a construir nuestra mirada en el siempre sinuoso camino de las Ciencias Sociales. En este sentido considero que proponer una mirada alternativa a la naturalización de este estado de cosas es, incluso, nuestro deber.
Fernández- Fernández es la fórmula que desde la mañana del día sábado 18 de mayo sacudió los cimientos de un incierto armado político de cara a las elecciones presidenciales del mes de octubre. Grupos de Whatsapp, trending topics a favor y en contra, memes más o menos ingeniosos inundaron nuestra experiencia del día de ayer. Con la intención de bombardear nuestro parecer y colarse en la reflexión de los votantes. Era esperable, e incluso necesario, dado que la noticia tenía vocación de polémica y logró su cometido. En este contexto podríamos pensar que el juego democrático se encuentra abierto y por tanto la única reacción que vale será la introspección que cada uno de los votantes haga a la hora de ofrecer su voto a la urna. Conformarse con pensar esto sería un ejercicio de ingenuidad analítica.
¿Es el parecer “ciudadano” el único que se pone en juego en una elección presidencial como la que tenemos por delante? No, existen grandes máquinas de decisión estructurales que actúan como dispositivos de control de las democracias liberales, y los medios de comunicación se hicieron eco de ellas entre el día de ayer y el día de hoy. Entre otros, el diario Perfil del día del anuncio tituló “Cómo pueden reaccionar los mercados a la fórmula Fernández – Fernández”; e Infobae publicó una nota que afirma “Inversores esperan más señales del nuevo armado kirchnerista para dar un veredicto”. Es decir, se espera una reacción y un veredicto. Una instancia de decisión que pareciese ser impersonal, y que con poder de juez dictamina el valor político de las decisiones de los dirigentes. Mientras escribo entiendo que puede que no esté diciendo nada demasiado novedoso, pero que sí merece ser reafirmado para no olvidar el carácter social de la construcción discursiva como mecanismo de control que ejercen los mal llamados “mercados”.
La desconfianza sociológica debería ser ejercida y aflorar ante las aseveraciones plagadas de figuras impersonales: que parecieran no ser nadie y a la vez estar en todas partes, que están presentes solo en carácter de entelequia y a la vez determinan las decisiones de los cuerpos que lejos de ser entes abstractos moldean sus formas de sentir y pensar –y votar- al calor de estas pedagogías de lo sensato. Parecieran, sobre todo, instancias de reacción y arbitraje meta-estructural. Pedagogos de lo razonable y jueces ajenos a la voluntad de poder.
Qué dirán, qué sienten, cómo reaccionan los mercados marca así el horizonte de posibilidades de una fórmula presidencial o de un armado político en cualesquiera sean sus circunstancias. La atribución de sentimientos a construcciones teóricas que aunque parecen abstractas están lejos de serlo, demuestra que estas construcciones encuentran su anclaje más profundo y efectivo en que, justamente, no son teóricas sino la representación material de intereses distributivos. La voluntad de saber dictará en qué circunstancias, qué articulaciones, y qué desniveles forjarán el juego de conceptos que constelarán ese “parecer de los mercados”.
Afirmo, entonces, que las abstracciones que no dan cuenta de sí constituyen nuestro adversario sociológico y político más importante, porque actúan como velo del movimiento de los cuerpos y el hilado de intereses materiales concretos. Porque dichos armados construyen, la mayoría de las veces, las condiciones de su propia existencia. A la vez que existen sobre condiciones que precisan de su aguijón pedagógico.
Para finalizar, me gustaría agregar un último ejemplo. En el día de ayer, un funcionario del actual gobierno cerró un posteo de twitter afirmando que “‘Cámpora al Gobierno, Perón al poder’ termino en Isabel, Videla y la catástrofe.” Pues bien, aparte de perder todo tipo de reflexión histórica, evitar cualquier reposición de contexto nacional e internacional, el funcionario utilizó una expresión muy particular: “terminó en”. Sin sujetos, hay un predicado. Parafraseando la declaración, lo que dijo fue que una consigna política de hace más de 45 años “termina en”… como un desenvolvimiento natural de un orden de cosas que sigue un cauce, como un río, o como la fotosíntesis de una planta. Para él, no hubo agentes sociales que actuasen en un contexto histórico determinado guiados ideológicamente y por intereses económicos concretos, que además respondían a un armado continental cuya vocación era asegurar un orden planetario por parte de potencias económicas mundiales. No, para el funcionario, “terminó en”. Me pregunto dónde entra el Plan Cóndor en este “terminar en”.
Ante afirmaciones como estas el pensamiento sociológico debe recusar, indefectiblemente, las abstracciones intencionales. Los predicados que flotan, los sentimientos atribuidos a entelequias. Desafiemos, siempre, a lo que quiere negar las condiciones materiales de su existencia.
María Victoria Raña
Socióloga – Investigadora
Fotografía: M.A.F.I.A