A HG*
Se ha dicho, se sabe, para enfrentar a poderosos enemigos, no basta con la (buena) voluntad y el sacrificio. Se requiere de conducción: es decir, legado, interpretación y una mixtura de astucia y audacia que podemos aunar bajo el concepto de Acontecimiento (la capacidad, olfato, deseo de engendrarlo)
Acontecimiento. Como aquella condensación de factores que, entre buscada y no, en determinado momento irrumpe y rompe el continuum de lo esperado, del estado de cosas y palabras, de cuerpos y nombres dados. Acontecimiento. Como aquello que hace, por caso, de la “espera” no un tiempo dilapidado sino la latencia de un devenir pulsional. Que hace, por caso, del “margen” no un fuera de cuadro sino un territorio benigno desde donde imprevistamente se reubican protagonismos, centralidades. Acontecimiento en tanto lógica político-afectiva que aúna lo anhelado con lo inesperado, haciendo de aquello que ya no se contemplaba como horizonte de posibilidad un acontecer conmocionante.
Pero cuales son los insumos virtuosos de la praxis acontecimental política (más allá de los de la fortuna)
CFK, de hecho, es la que ha utilizado el silencio y el margen como formas inauditas/incomodas de tomar la voz, de tomar el centro. El silencio (pero cuándo dirá algo esta mujer), como recurso extravagante en un mundo de ansiedad sígnica en aumento: el silencio, la palabra justa, un arma, ya lo dijo Urondo. Y el margen (a quién se le ocurre lanzarse como vice), como parapeto desde donde ver al sesgo, con la distancia justa: desde lejos no se ve, desde muy cerca, con titulares por la cabeza todo el tiempo, tampoco. Incluso la paciencia, la de una escritura de largo aliento, en una materialidad palpable, macerada y macerable; y la argumentación, la de un video, pausada, expositiva, ilustrativa, de tinte emotivo, de extensión insufrible para influencers: modernidad, divino tesoro. Insumos estos, en su dejo anacrónico, en su potencia anacrónica, como modo para tomar de forma repentina (por asalto) el lugar que todxs buscan de otros (actuales/obvios) modos: raudos, bocones, sobre-expositivos.
He aquí pues en CFK las claves para trazar una retórica de lo maldito. Un plan maldito de operaciones (malditas) para la victoria (ya que de responsabilidad estamos hablando) Desde lo maldecido por la cultura contemporánea. Y ante la transparencia celebrada. La alegría cínico-revolucionaria. La globofilia envenenada. CFK ofrece un repertorio otro. Silencio, paciencia y espera hasta que, o desde donde, salir al escenario de forma excepcional. Momento cúlmine, de acontecimentalidad negra, fangosa, enchastrada, donde hace jugar las formas del acto que solo ella (y su tradición política) puede hacer. Donde el acto es de hecho, y sin eufemismos, una puesta en acto. Donde el acontecimiento es (sí) una puesta en escena, más no ficticia (oh Pagni, Sarlo, y sus preocupaciones mal-bienpensante por lo ficcional de la política, más no de las pantomimas timbreras -una como retórica, la otra como trampa-), sino dramática, única, performática, totalizadora. La herencia popular latinoamericana lo demanda, se ha forjado en ella, ha sido tal su potencia mítica, política, fundamental, y en ella encarna, ella lo encarna. Ella. Escenográfica y de excepción.
Y porque no esconde CFK (por el contrario) lo escénico propio de la política como un Theatrum Mundi, legado de la más profunda trama político-cultural occidental (por más que abjure el ilustrado liberal eurofílico) Porque no esconde (por el contrario) la necesidad/punción de la excepción, en su acepción personalista como en la de un rayo en una tarde-nunca- serena. Es decir, la excepcionalidad tanto de la tradición caudillesca propia de la cultura resistente de los nunca liberados de las filiaciones coloniales (abjuración en la que, lo decimos con pesar, tanto la antipopularista derecha como la racionalista izquierda, coinciden) Como la excepcionalidad de un suceso aglutinador, inesperado, imagen dialéctica, mesiánica, creacional (puristas abstenerse). Un sujeto de excepción (intérprete, conductor) generando un suceso de excepción (maldito, mítico)
He allí, en lo maldecido por el discurso político neoliberal, en lo que intenta ser abjurado, por titiritesco, espamentoso, perimido para el tintineante management político, he allí una potencia política, que reinventa, arriesga, pone en trance un estado de situación, de institucionalidad gatopardista, o insurrección ensoñada, un estado de posibles imposibilidades, que ni la sola conducción, ni la sola acontecimentalidad podrían parir. Abrir juego, rearmar la obra, para seguir jugando/actuando. Hay mucho en riesgo. La responsabilidad es mayúscula.
(*) La lengua es un enchastre, uno ya no sabe desde dónde habla, de dónde salen las cosas que dice, escribe. Cerrando este conjunto fervoroso de palabras leo un artículo de Horacio Gonzalez en La Tecla Eñe, y en abismada epifanía lo ví, me ví. Su legado: reflexivo , trágico, juguetón se entremete y es su voz, su modo palimpséstico de pensar los que me toman (y uno hace lo que puede con sus herencias) Ojala también lo sea su voluntad, se lectura micro/macroscópica, su riesgo de extender y desplegar una idea, una pasión, de modo incansable, audaz. A él, pues, por él, estos arrebatos y los que vendrán.
Sebastián Russo
Docente – Sociólogo – Frente de Tormentas
Fotografía: M.A.F.I.A.
Un comentario en “El Acontecimiento. Notas para una retórica maldita”
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