Desde hace bastante tiempo sobrevuela la necesidad de pensar en cuestiones que aprendimos en el inmediato siglo XX. Allá cerca y hace tiempo, los conceptos sobre estrategia y táctica eran parte del vocabulario habitual de quienes transitamos experiencias militantes desde muchos colores diferentes.

En la noche del 22 de noviembre de 2015, cuando empezó a ser cierto el primer triunfo de un partido de derecha en elecciones libres en nuestro país, aparecieron esas definiciones nuevamente, junto a infinidad de dudas y, también, de algunas certezas. Lo supieron muchas y muchos que sumaban varias décadas de vida y quienes sufrimos los años de la pos dictadura y el neoliberalismo de los noventa. Sabíamos a dónde se estaba regresando y a dónde se iba caminando bajo el aura mediático de la necesidad de cambiar. Intuiciones y certezas que se fueron cumpliendo más allá de lo imaginado. No por iluminados o iluminadas, simplemente por comprensión histórica de un país que durante el último siglo ha pasado setenta años entre dictaduras, gobiernos de derecha, neoliberalismo y democracias proscriptivas.

El país que se empezó a cristalizar desde esa derrota fatídica de 2015 era a la medida del poder real que, junto al gobierno que asumió el 10 de diciembre de ese año, han causado un daño para las mayorías y un nivel de violencia institucional que –creo– no imaginábamos en tan corto tiempo. La destrucción de la siempre frágil economía nacional, el tremendo nivel de endeudamiento, el avasallamiento institucional, la violencia ejercida contra opositores en términos de cárcel, persecuciones judiciales, campañas de desprestigio, despidos en el Estado Nacional y provinciales por el sólo hecho de pensar diferente y el aumento exorbitante del gatillo fácil confirman algunas verdades o intuiciones del 2015. Este escenario, previsto y a la vez imprevisto en la profundidad de su violencia, endeudamiento y maltrato social, obliga a repensar y reconfigurar algunas ideas, tácticas y estrategias.

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De alguna manera, quienes nos identificamos en tradiciones de izquierda, nacional-populares y las políticas más inclusivas y autónomas que ha protagonizado el peronismo y los movimientos populares de nuestra historia, estamos ante una disyuntiva conservadora. ¿Se puede avanzar mucho frente a este panorama? ¿Hay que frenar este proceso y después ver cómo se sigue? ¿Qué hacer? ¿Cómo detener esta debacle? ¿Por dónde diseñar una estrategia y táctica?

Estamos transitando un escenario nacional y continental que gira peligrosamente a la derecha y al autoritarismo. En muchos países cercanos, al igual que en el nuestro, se imponen claras políticas de persecución a opositores, migrantes, diversas formas de disidencias y todo aquello que resulta molesto al orden hegemónico. No vamos a comparar todo con las atrocidades del terrorismo de Estado, porque es claro que este gobierno no tiene sus mismas prácticas de creación de campos clandestinos, torturas, desapariciones y exilios. Pero esa no puede ser la vara de la medición. Cualquier intento más o menos aceptable de democracia o simple institucionalidad y respeto a los derechos ciudadanos no puede aceptar algunas situaciones que se sucedieron en este tiempo. Y está claro que también sucedieron hechos atroces en los años del kirchnerismo. Pero hace tiempo sabemos bien que una cosa es acceder al gobierno y otra muy diferente tener la capacidad para erradicar estructuras arraigadas y ligadas a los poderes reales. Para poner sólo un ejemplo, no es lo mismo el gatillo fácil con un gobierno que promueve cierta justicia y encarcela a los policías cómplices de esas prácticas, que un Estado que hace del gatillo fácil y la desaparición una política pública. Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Facundo Ferreira, junto a la cárcel sin juicio de Milagro Sala, son los casos más emblemáticos de una enorme cantidad de hechos que sucedieron en menos de cuatro años, sumados a la miseria planificada de una mayoría de la población, recordando la impiadosa y tan actual frase de Rodolfo Walsh.

Es indispensable, por lo tanto, pensar y elaborar tácticas para una estrategia que –necesariamente– es defensiva.  El escenario continental no acompaña. Todas y todos pudimos ver lo que viene pasando en países como Ecuador, Venezuela, Colombia, Brasil, Uruguay. No es el momento de una ofensiva de movimientos y políticas populares y progresistas en el continente.

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El acuerdo electoral que se representa en el Frente de Todos es un encuentro explícito e implícito de fuerzas conservadoras, progresistas y populares. Conservadoras porque una gran parte del peronismo acuerdista y crítico por derecha de Cristina Fernández de Kirchner acompaña su propuesta. Intereses mezquinos, sumatoria de votos, necesidad de mantener poderes locales, políticas que perjudican en esta etapa del neoliberalismo. Algo de esto (o todo a la vez) explica motivos de algunas fuerzas políticas y dirigentes que se acercan a la figura de Cristina.

Por otro lado, el kirchnerismo y todas sus infinitas variantes más o menos orgánicas, los movimientos sociales, sindicales y ciertas agrupaciones de izquierda tienen muy claro que sin otros acuerdos es muy difícil triunfar en elecciones. Y mucho más complejo imponer políticas que puedan modificar sustancialmente el orden establecido.

En definitiva, en este espacio se expresa una alianza electoral de sectores empobrecidos y perjudicados por esta etapa neoliberal que aumenta la concentración de la riqueza en el mismo instante que expande la pobreza. El festejado acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea y el planeado con Estados Unidos no hace más que confirmar un objetivo de fondo: volver al país agroexportador de puras materias primas del siglo XIX

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Hay algunos aprendizajes interesantes de estos años de macrismo que habrá que desarrollar, analizar y debatir en otras instancias:

Las fragilidades de algunos cambios producidos en doce años se expresaron en la arrolladora destrucción de políticas independientes y de inclusión en tan corto tiempo. La derecha recuerda constantemente que siempre se puede regresar a estar peor y que los cambios nunca son definitivos si no se defienden día a día.

La violencia expresada va a ir en aumento y va a ser convertida en política pública.

El imperialismo sigue teniendo una presencia enorme en la región, aunque hayan cambiado las conformaciones materiales y modificado las formas económicas de antaño. El macrismo representa una etapa del neoliberalismo que arrasa toda insinuación de país industrial y políticas autónomas de los poderes centrales en el orden mundial.

La militancia y participación popular que creció enormemente desde 2001 en adelante, todavía tiene una importante fragilidad para enfrentarse a poderes tan concentrados. Y por eso necesita alianzas que contienen grandes contradicciones.

Cristina Fernández de Kirchner es la única líder política de este país capaz de conmover a miles y miles de personas de diversas extracciones políticas y sociales. La identificación, el cariño y el anhelo de justicia que representa es un valor indispensable para poder proyectar cualquier cambio de rumbo.

Hay algo de la política popular más esencial y básica que sobrevive y da pelea a las formas hegemónicas de la corporación mediática, económica y tecnológica. Con tremendas campañas de desprestigio, ataques, mentiras y difamaciones como nunca antes en la historia de nuestro país, la figura de Cristina sigue teniendo un arraigo muy importante en sectores diversos de la población. Eso confirma –también– muchas de nuestras intuiciones y búsquedas.

La comunicación política también pasa por la calle, en el boca en boca, el debate diario en todos los ámbitos que transitamos, en las militancias más diversas y sencillas. Existe un mundo fuera de las redes y la comunicación hegemónica. Algo de esto se juega también en el presente y en el futuro. Hay que confiar un poco más en lo que se hizo y en nuestras prácticas.

Cuando las organizaciones políticas se retiran o acuerdan, hay sectores que continúan resistencias mediante herramientas como los sindicatos, los movimientos sociales o las diversas formas de organizaciones de base. Si hay  posibilidades de ganar las próximas elecciones no sólo se explican por la crisis económica. También juega su papel la resistencia que muchos sectores de la sociedad dieron al macrismo, incluso en soledad, mientras la lógica de la real politik pactaba con el actual gobierno.

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La época marca un momento de reacomodo, de juntar fuerzas, de parar la pelota y tocar a los costados. Para quienes se proponen discutir y modificar el orden establecido o, incluso, quienes soñaban con cambios más profundos en años cercanos, es probable que la actual alianza electoral tenga sabor a muy poco. Es comprensible y cierto de algún modo. Es probable que la propuesta de la principal fuerza opositora sólo logre, en una primera etapa, tratar de que las mayorías de este país no sufran necesidades básicas indispensables o, al menos, puedan tener un plato de comida en sus casas y no morir de frío en las calles de país. Y que la violencia institucional y estatal reciba un freno de mano desde quienes llevan adelante el poder político de un gobierno. Es muy poco y a la vez todo. Esta –creo– es una de las disyuntivas trascendentales de las horas que vivimos. En las elecciones que vienen la opción de fondo es elegir por la vida en contra de la muerte. Es conservador, progresista y popular en el mismo acto. Más adelante, con mejores ideas, más desarrolladas y con fuerzas políticas más organizadas, quizás podamos disputar políticas públicas de mayor alcance y que pongan nuevos e indispensables debates en el escenario. No hay renuncias en el presente. Hay análisis y acciones en relación a cuál es la táctica y estrategia acertada para llegar a viejos y nuevos sueños. Simplemente eso.

 

Mariano Molina

Docente – Periodista

Fotografía: M.A.F.I.A.