Se reparten las cartas y la ronda, ahora, tiene a Thiago y a Ian, que seguro se sumaron porque se quedaron calentitos del otro día, en la canchita de los bomberos. Thiago tiene el talento de un volante por izquierda con la oportunidad perdida en el banco del fondo de tercero cuarta. Se probó en más de quince clubes de la mano de Evo Picardo, su representante. Bah, el representante de todos los pibes de acá. Evo decide, con la mirada fija y enterrada en las cejas, qué pibe está listo para chivar la casaca de Flandria y cuál para pestañear y practicar penales en Boca. Eso sí, antes de regalarte los botines te mide la pija en el vestuario.

Ian es más pendejo, viene con Thiago porque a esa edad si sabes copiar a tus hermanos mayores, sobrevivís a los chistes de los grandes, chistes del tipo qué lindo está el topu de tu hermano, el orto de tu tía, las tetas de tu vieja. No, no es gracioso escuchar que a tu vieja le chuparon las tetas entre dos, mientras uno de ellos meaba el colchón y el otro le agitaba, con la boca llena, soplá la vela, puta. No, no es gracioso y tampoco es un chiste, pero me tuve que reír, porque mi hermano, el puto de mi hermano, así me enseñó a reírme y a jugar.

El gallito fácil va en serio. Una risa tímida te pone en la lista de sospechosos, pero una risa falsa podría volarte la cabeza. La primera vez que entré a la ronda ya habían repartido las cartas, un primo mío agarró una carta del maso y me salvó. Hasta ese momento, de todas las cartas repartidas, la del gallito ya tenía dueño y pedía bala hacía rato.

Hay dos cartas que pintan lo que puede ser tu voluntad pero no tu vocación. En la villa podés ser un gato; pero si en la ronda la suerte se desdobla, sos el puto ratón. Si la suerte decide que sos el Rey de Oro, es la misma suerte la que decide quién será el sicario Siete de Bastos.
El Siete de Bastos tiene las manos de plomo, tiene licencia para matar o dejar morir al Rey, pero tiene que descubrirlo primero entre los once o doce que jugamos, todos villeros, todos iguales.

Así, el gallito fácil de fácil no tiene nada. El Rey de Oro es el villerito al que le van a meter una bala en el orto y van a dejar en los palos del arco viejo de la canchita de los bomberos, goteando cerebro desde la nuca, girando sobre su eje como un chorizo de la carnicería de El Peruano, con el vientito en la jeta muerta de domingo seis de la mañana y pedacitos de cumbia parca que resiste el fin del fin de semana. Las gallinas van a llorar con furia, con pena, van a gritar que en esta ronda es mejor jugar a ser transa, violador, Cuatro de Copa, Sota de Verga; pero que no te toque Rey de Oro, que no te toque Rey de Chorro, Rey de Caco, Rey de Punga. Que no te toque, hijo, que no te toquen.

El Ancho de Espada es mi carta de siempre. Cuando juego le aviso a la vieja para que ponga al Gauchito Gil mirando para la pieza. Y dos velas. Una por mi hermano.
La suerte en la Villa está echada en el polvo de la calle y si te toca Rey de Oro es porque se la hiciste caber a algún careta jevi y te la van a hacer re caber a vos, te la van a hacer recontra caber en la nuca. Si querés probar suerte en la Villa, mostrále la pija a Evo Picardo, le dije al puto de mi hermano. Pero el Rey de Putos se la hizo caber a la yuta, a la yuta tenía que ser. Rey Bala y la yuta que lo parió y yo tenía el puto Ancho de Espada y los Bastos lo colgaron vivo del arco, vivo todavía, y cacareando. Lo desplumaron enterito, le dejaron el Siete de Bastos pegado en la frente con coágulos que le salían de la boca, deshaciéndose con saliva en la tierra seca y con garco de paloma.

Otra vez el Ancho de Espada. Thiago tiene el Rey de Oro, lo sé porque le salen del cuero cabelludo unas gotas gordas de terror como pava de agua hervida, para el mate que quema la lengua y prende las llagas. Vi muchos Reyes en mi vida, ya ni llevo la cuenta. A todos se les dilata y se les contrae la pupila una y otra vez al ritmo de un segundero, como se les dilata la agonía y se les contrae el orto. No te podés mear encima, no Thiago, porque ¡Bala por Rey! Y por verde.
Lo que más lamento del día de hoy, es que fue la primera ronda de gallito fácil de Ian.

 

Por Rocío Rodríguez Meza

Escritora y médica pediatra (UBA – Garraham)

Trabaja en el Hospital Elizalde