Chiche espera y hasta podría decirse que anhela, ansía que lo roben. Sigue teniendo el revólver 32 corto, Smith & Wesson en el último cajón del mostrador y el Colt 38 largo en el primer cajón de la mesita de luz. Las armas también siguen la costumbre. Por eso cuando entra las cocinas y los lavarropas, es decir, cuando son las doce y media y cierra el negocio al mediodía, Chiche se calza el 32 en la espalda, apenas debajo de la camisa o de la campera que se haya puesto y sale a la vereda, para mirar rápido las cuatro esquinas y también en lontananza hacia el largo de cada una de las calles. También cumple esta imaginaria a las cuatro y media, cuando reabre el negocio, y a las ocho, cuando lo cierra. Es curioso, pero nunca se calza el revólver a la mañana, cuando abre a las ocho y media. Después siempre. Aunque en verdad haya un motivo, hasta una teoría: Chiche no cree que lo vayan a robar a la mañana, tan temprano. Y no cree que lo vayan a robar a esa hora porque para él, así como todos los negros son chorros (y viceversa), los chorros –los negros– no salen por la mañana. Están durmiendo, se dice para sí, o a lo sumo le dice a Miguel. Son como estos perros sarnosos que trae la basura, salen después del mediodía. Antes no se sabe dónde están, es como si no existieran. Porque como no trabajan –a veces se embala–, no saben lo que es la mañana. Los negros viven de tarde y de noche. De mañana, duermen. Fijate, se dice para sí o le dice a Miguel, fíjate si ves algún negrito a las seis o siete de la mañana.
Pero a Miguel no le interesa responder, entonces mira para otro lado, fuma, suelta el humo hacia el costado o hacia arriba, según cuán exasperado o aburrido esté de escucharlo.
Sin embargo, hay excepciones. Excepciones que Chiche elige omitir, silenciar, olvidar. Excepciones graves, incluso. Terribles excepciones. Porque cuando asesinaron a su mujer, Chiche sabe que no fueron negros ni negritos. ¿Y no fueron chorros tampoco? Pero Chiche piensa muy poco en eso. Y en cambio, odia a los negros, y aguarda impaciente, anhelante, el día en que lo vengan a robar de nuevo. Por eso se calza el 32 corto Smith & Wesson cuando cierra el negocio al mediodía, cuando lo reabre a la tarde y cuando lo cierra a la noche.
(Y también cuando a la madrugada escucha algún ruido –Chiche tiene el sueño liviano, duerme poco y mal–. Entonces levanta la persiana de su pieza, la ventana que da a la calle Esquiú. Chiche espía, con el arma en la mano. Suele ser gente que está esperando el colectivo, el 9 o el 188. Alguna vez, una parejita joven que se besa o discute. Pero él mira y apunta con el Colt 38 largo, el mismo con el que baleó al secuaz del gordo rubio que mató a su mujer. Chiche no tira, no es tonto ni loco, pero espía y apunta.)
NEGROS II
¿De dónde salían los negros? ¿De dónde venían? Cuando Chiche se queja diciendo o maldiciendo cualquier cosa, los negros podían venir y estar por todos lados. Pero si no, Chiche es concreto: los negros vienen de la villa. La villa no es ni la zona ni el barrio donde vive Chiche. No importa que en su conjunto, todo el barrio lleve en su nombre la palabra villa, o que recién un par de años antes de la muerte de su esposa, hubieran asfaltado la calle Esquiú (Ortiz de Ocampo, en cambio, siempre había sido de asfalto, porque era una de las calles de la estación).
La villa justamente está del otro lado de la vía, del otro lado de la estación. Del otro lado. Y de este, de este lado, donde vive Chiche, es el barrio. Un barrio de inmigrantes e hijos de inmigrantes: lituanos, polacos, gallegos, y en menor medida, italianos. Los negros entonces vivían y venían del otro lado de la vía y también desde Fiorito, Budge, La Salada, las siguientes estaciones del tren. Los negros podían andar a pie, pero también andaban en carros. Carros tirados por caballos flacos y mal herrados, a veces conducidos por un adulto y dos o tres chicos; o también conducidos por chicos solos, sin nadie más. Chiche recuerda cuando, siendo chico, paraba un carro y le preguntaban a su padre, a Don Amadeo, si no le sobraba alguna caja, o algo de vidrio, o alguna carcaza (alguna cosa para vender por peso). Entonces los llamaban botelleros. Don Amadeo los echaba. Para ustedes no tengo nada, les decía, no los quiero ver por acá. Chiche entonces tendría doce, trece años, o menos, en ocasiones la misma edad que los chicos que estaban arriba del carro. Chiche les tenía un poco de miedo, y después de que Don Amadeo los trataba así, pensaba que en algún momento se vengarían con él. Lo encontrarían solo, sin la protección de su padre, y se vengarían. Pero después perdió ese miedo o lo cambió por el mismo odio de su padre. En eso, Don Amadeo siempre repitió cosas parecidas a las que ahora repite él. No hay que darles nada, no trabajan porque no quieren trabajar; en este país es así: nadie se muere de hambre si no quiere. Cosas por el estilo.
Sin embargo, muchas veces, cuando algún sábado por la mañana, él junto a su padre entregaban mercadería en una casa, a veces iban para el lado de Fiorito o cruzaban del otro lado de la vía. Las calles eran de tierra y tenían zanjas a cada lado. Golpeaban las manos en un pasillo o en una casilla que en el frente tenía un alambrado caído, para entregar una cama, un lavarropas, una heladera, o un ropero. Chiche no pensaba
que eran negros los que compraban en su negocio. Y no pensaba eso porque Don Amadeo se lo aclaraba. No es lo mismo, esta es gente humilde. Pero a veces entre la gente humilde o pobre están los negros. La diferencia es que la gente humilde es honesta –honrada, decía él– y trabaja. Y si es respetuosa y se esfuerza, con el tiempo sale adelante. Pero los negros no, los negros nunca salen adelante porque no quieren trabajar, quieren vivir de arriba, y por eso a donde te descuidás, te roban.
Chiche no tenía muy clara la diferencia cuando era chico, tal vez siga sin tenerla muy clara ahora que es grande. Y en todo caso, tampoco parece importarle demasiado.
* Selección de Luto (Emecé) por el mismo autor para ésta edición
Por Edgardo Scott
Escritor, traductor y psicoanalista. Ha publicado los libros Caminantes (ensayo), Luto (novela), entre otros. Colabora con artículos críticos en diferentes medios. Vive en Francia.