El Primer Encuentro de Pensamiento Crítico Comunal “Que es el Ser Comunal” se tornó necesario a partir de la relevancia que va a cobrar el reordenamiento político de la CABA en caso de que se aplique correctamente la Constitución de la ciudad y su Ley normativa, la 1777.
Más allá de las acciones de orden político, es necesario pensarse también como sujeta/os integrales de una comunidad organizada, y desde una perspectiva humanista, centrado en el/la habitante de la Ciudad en tanto ciudadana/o y sujeta/o cultural. Nos convoca el desafío de pensarnos como sujetes polítiques de una comunidad, en tanto seres con entidad social, identidad barrial y, tal vez, incipientemente comunal.
En ese tratar de pensar si es que existe el ser comunal y, si es así, como es moldeada dicha identidad y a partir de que elementos intervinientes, con un grupo de compañeres se ha encarado la realización de 5 ágoras simultáneos donde se abordará la cuestión identitaria desde distintos ejes. Las ágoras/foros son: 1) Articulaciones identitarias de los barrios: Política y Derechos Humanos aplicados a la cotidianidad comunal. 2) Comuna, feminismos e interseccionalidad. Territorios de organización. 3) Formación identitaria conjunta a través de la valoración del Patrimonio tangible y no tangible. 4) Territorios del pensamiento / Pensamientos del territorio: Escuelas, Institutos y Universidades en la vida comunal. 5) Trabajo y organización en los barrios: sindicatos y movimientos sociales en la vida comunal.
Para pensarnos desde la concreción de nuestra identidad en un determinado territorio, lo primero que tenemos que hacer es hacernos a la idea de que somos sujetes inmersos dentro de una comunidad política. Es decir, nos delimita un territorio de orden político.
Al surgir los estados nacionales, fines del siglo XIX, junto al ordenamiento del mundo a partir del Pacto de Berlín de 1878, la división internacional del trabajo que de él se desprende y la gran inmigración fomentada por los gobiernos de la generación del 80 y las necesidades de la Europa meridional, surge la nación argentina.
Hablar de identidades, al principio, es difícil. En el siglo XIX la identidad porteña y la identidad de súbdito de Fernando VII coexistían. La identidad de las Provincias Unidas ya es bien diferente, coexistían tensiones identitarias de diferente orden: no era lo mismo un porteño ilustrado como Rivadavia que un gaucho de la aristocracia salteña como Güemes; no es lo mismo un litoraleño con infancia guaranítica como San Martín -aunque formado en la metrópoli- que un hijo de criollos que estudió en una tradición jesuita -aunque sin jesuitas, ya que habían sido expulsados en 1767 de toda la América hispana- como el manco Paz; más los pueblos originarios, más la plebe heterodoxa y criolla de cientos de lides amorosas que devinieron en el criollo, en el gaucho y la china.
La federalización de Bs. As. y la masa inmigratoria fue dotando de identidades múltiples a la flamante capital porteña. En el sur de la ciudad comienzan a establecerse una cantidad ingente de inmigrantes que van dotando al lenguaje, a la música, a la cultura, a la ideología de un componente hasta ese momento inexistente. Cuenta el Dr. Macagno, presidente de la Junta de Estudios Históricos de San Cristóbal, que en su cuadra (Catamarca entre Cochabamba y San Juan) se hablaban 17 idiomas. Antolín Magallanes, hace poco, afirmaba en un post de Comuna Gardel, que el tono de Gardel, su particular dicción y formas del decir estaban ancladas a ese maridaje polícromo en que devino la porteñidad.
Cuando Carmelo Rizzuti, músico y compositor del barrio de San Cristóbal, evoca con una memoria prodigiosa su infancia de principio del siglo XX, lo que está haciendo es generar un patrimonio intangible, anche vital: la identidad. Y en el caso del relato Rizzutiano, la identidad que se convoca es San cristobaleña. Algo que no existía, comienza a llenarse de sentidos, un significante vacío identitario que se va colmando por la inauguración de una parroquia política en 1868, más la inauguración en piedra de una iglesia, ya en tiempos de Roca, el 10 de febrero de 1884. Hubo fiestas de inauguración del barrio a la que asistieron el mismísimo Roca y la esposa de ministro de guerra, Ana Urquiza de Victorica. En ese instante, nación e iglesia comenzaban a perfilar una identidad barrial que se intentaba imponer por sobre otra que comenzaba a nacer, mucho más colorida, con mayores tradiciones, con sendas lenguas y comidas, músicas y lecturas, pensamientos e identidades. La idea del argentino que es inoculada desde el poder comienza a cuajar con una identidad preexistente y comienza a amalgamarse con la que está en construcción: los ingredientes están dispuestos, comienza a batirse la gran masa de la cristobaleñidad.
De igual manera, comienza a gestarse en otros espacios otras identidades, con lo cual, tenemos que comenzar a pensar qué hace que un espacio con partes similares y una coctelera casi idéntica haya devenido en otras identidades, por ejemplo, una cercana, aunque diferente, como lo es la del once (barrio sin diplomatura de orden político), o la del Abasto (en igualdad de condiciones de pedrigué) o de Balvanera, con papeles al día, pero, acaso, con menos asertividad nominativa.
Tomemos el caso del Abasto. A todo lo mismo que había en San Cristóbal, se le suma un mercado de Abasto, que no solo alimenta la economía del espacio de otra manera, sino que su alto contacto internacional proveniente de su índole comercial, obra como catalizador veloz de otro tipo de pertenencia, un acelerador de partículas identitarias que pegan un salto simbólico con su patronímico sobre el cantor nacional (el morocho del Abasto), que atraviesa la historia y sus vaivenes políticos y sociales cuando cierra el mercado, y que guarda su impronta a través de la poesía de Luca Prodan, se ve conmovida por la postmodernidad del shopping y su dictamen internacional de “no lugar”, que colisiona con la inmigración peruana que lleno de restaurantes los alrededores y, una vez más, la identidad (o no identidad, en este caso posmoderna) que intenta ser introyectada, se ve obligada a adaptarse a la realidad, y el nuevo Abasto, vital y en eterno movimiento, se cubre de un nuevo ropaje identitario, que, si se nos permite la fanfarronería, vuelve a reconfigurarse luego de este Primer Encuentro de Pensamiento Crítico Comunal, al menos desde una faceta que incluye el pensarse, el autoreferirse, el ir a contramano del automático accionar en favor de la pausa de la reflexión, desde la perspectiva por sobre el vértigo, la mesura y el cuadro grande en detrimento de la vacuidad del solo deber ser sin posibilidad de un mero estar -Kusch dixit-.
Y cuando se encuentran varias identidades en un espacio geográfico-político nuevo, nacido de cierto capricho demográfico que agrupó cierta cantidad de habitantes equivalentes en cada Comuna, pero que no necesariamente tienen más afinidad de cuna, casi como si fuera una identidad que a fuerza de caricia quedara como una plastilina de frontera, de esa multiplicidad de colores elástica que comienza a confluir, a la larga, en un verde tutti fruti que junta todos los colores y sabores en uno, comienza a moldearse una afinidad de percepción del yo/nosotres.
En esa coyuntura de génesis, en el caso de la comuna 3, se aglutinan la Cristobaleñidad, el poder del Abasto, la dinámica comercial del Once, los Siriolibaneses (los turcos, los malnombramos) del sudoeste, los judíos del noroeste, los senegaleses de Plaza Miserere, la sempiterna espiritualidad en sus diversos templos, las tradiciones que se siguen sucediendo, el tango y el rock, las decenas de centros culturales y teatros, una militancia persistente y tenaz, una vivacidad que llama a apoderarse de sus derechos políticos y un ordenamiento del espacio de carácter institucional sancionado por ley, con rango constitucional, que a futuro nos hara mirarnos y sentirnos como un/a sujeto/a de la comuna 3, pero con una identidad preexistente que elegimos preservar, que optamos por mantener; y acaso esa sea una nueva forma de un proceso de constitución identitaria, una que guarda a su interior la memoria histórica de quienes fueron nuestros ancestros, en quienes nos convertimos por crianza y pertenencia y quienes elegimos ser como determinación política. Quizás de estas generaciones emerja une nueve sujete que hable lenguaje inclusivo y comience a verse como un sujete comunitarie y que tal vez comience a gentilizarse, permítaseme el término, como una persona de la comuna Gardel, una gardelina, un gardelino, une gardeline, vaya a saber…
Adrián Dubinsky
Fotografía: M.A.F.I.A.
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