Hace ya dos meses escribíamos con Ricardo Esquivel (agitador cultural del noroeste conurbano) sobre la construcción del miedo en los medios de comunicación. En particular en torno al vínculo conurbano/virus, a base de estigma, entre el desprecio y la condescendencia. Hoy, con el virus como una realidad palpable y acuciante en barriadas populares (ya no invisible, sino cercano, visible en sus consecuencias) el enemigo se delinea, encarna y espeja y expresa actitudes de desanclamento material. Del miedo en abstracto y en potencia, al clamor por encerrar, aislar y eliminar el foco infeccioso conurbanero o a sus expresiones capitalinas (constituidas por “anomalías” y desprecios de un PRO que intenta zanjar su olvido activo con eufemismos nominales: “barrio”). Del zoom al leprosario, el apestado ya no viajero de la uropa, deviene carne del eterno deseo derechoso de la guetificación. En complejizado escenario: el cuidado social (principio empático de gobierno popular) pasa de un encierre preventivo a uno compulsivo, que encastra con el histórico plan de derecha de la segregación, sea carcelaria o autosegregación country, justificada hoy ante un virus que arrasa.

La situación actual acuciante en barrios populares, conurbanos o no conurbanos, de algún modo continúa la histórica red de trabajo de las organizaciones sociales y tramas estatales, en su lidiar ellas, todxs, con y en condiciones de precariedad constitutiva. Lo que se modifica de forma tajante es la reconfiguración del sentido común mass mediático, expresión (del) bien pensante, ante un riesgo real y en expansión. Y con él, las reacciones de un poder policial y de agitadores políticos con consecuencias ya no simbólicas, o de un estrechamiento símbolo/matérico (del tweet al escupitajo, del meme al atropellar) que expresa el costado atroz de la transparencia, de la no mediación. Las formas de la empatía que mayor o menormente circula en los medios de comunicación (propaladores del sentido común) para con las zonas carenciadas y sus habitantes, en las circunstancias actuales deja en evidencia un quiebre, y las formas de autogobierno en las que éstas y estos viven. En la “mala mala”, el sentido común progre/facho-mediático se aísla (de sí, del otro)

El discurso de la construcción colectiva inter-clase parece implosionar ante el terror o la necesidad de un gesto sacrificial, el que incluso empieza a horadarse en su homenaje balconero de las 9pm. La ruptura del lazo social, incluso del pacto social con el que CFK consiguió reunificar a la comunidad desorganizada por el macrismo, flota y deviene un desafío inédito para un gobierno compañero dialoguista. Algo que rebota en el vitoreo de la derecha que cacerolea y afirma su libertarismo clasista, cara a cara, desafiando campante una cuarentena que guetifica a otrxs. Un estado de alerta emerge allí, donde el cuidado enclaustrador de unos se contradice con la manifestación prepotente de libertarios neoliberales. Allí se expresa un poder y re empoderamiento simbólico/material que habrá que desactivar a fuerza de política. En tiempos donde el poner el cuerpo, arma histórica del ideario popular, está imposibilitado, dejando abierta la puerta al reclamo del indignado desde el balcón o las redes. Que ahora, con las calles vacías, escenario propio del reclamo popular, se puebla mínima pero visiblemente por una derecha anti popular que desafía los cuidados y las normativas, disputándolo risueña, altivamente para las cámaras o el retweeteo de medios afines, es decir, de los medios masivos y hegemónicos de comunicación. Al propio plan biopolítico neoliberal (que mal se cree en retirada) del dejar morir, se le presenta el inédito escenario de un exterminio por goteo en el que aquí la derecha no debe ni siquiera mancharse las manos. Y los que sí lo hacen (llámese Trump, Bolsonaro) no les tiembla la voz, pudiéndose sin tapujos “enamorarse de la anti-cuarentena”.

El futuro llegó. La expansión del virus es una realidad. Así como las formas extremas de contenterlo, de lidiar con él. Ante ello, es el Estado, este Estado, el único puente superviviente, incluso con y para los entramados organizacionales preexistentes. Tomando las decisiones mas complejas, incluso, las inaceptables, a fuerza de un singular “decisionismo dialoguista” tan necesario como desgastante. El desafío que este momento impone para el sostenimiento de un gobierno popular es enorme. El tejido y manutención de las formas empáticas deben sostenerse y afirmarse al tiempo que los embates deben resistirse, a fuerza de organización, de la microscópica a la estatal. Tácticas ante un poderoso sentido común, expresión de un poder que excede a una nación, a un tiempo histórico, y que cuando puede ejerce su violencia segregatoria e impunidad “natural”. Villa Azul debe ser el síntoma, en tanto expresión conurbana, popular de un límite. Por ellxs, tan solo por ellxs, todxs, dispuesto a qué estaremos. Quienes.

Sebastián Russo