Hijos de puta dice el hombre petiso de oscuros rulos como caracoles siguiendo lenta, leve, lateralmente a la cámara que hace un travelling para mostrar las caras de los gladiadores. Hijos de puta, dice el hombre de camiseta azul con un ribete blanco al cuello y ribetes blancos en las mangas, para que lea el planeta en sus labios donde pervive África. Hijos de puta en sus ojos negros donde navegan flotas enteras cargadas de esclavos, de exiliados, de arrojados. Hijos de puta para que no pueda no ver, al menos, la inmensa porción de habitantes del planeta que está mirando por televisión, a todo color, a mil cámaras, los prolegómenos de la final del campeonato mundial de fútbol. Hijos de puta los que silban el himno, su himno, nuestro himno. Hijos de puta: Libertad, Libertad, Libertad, Igualdad, Igualdad, Igualdad, Fraternidad, Fraternidad, Fraternidad. Hijos de puta los del norte porque sólo existe el sur, porque el norte es una alucinación del poder. Hijos de puta con el movimiento justo, casi casi imperceptible, para que el objetivo de esta cámara, por unos segundos, por unos segundos interminables, no pueda escaparse. Hijos de puta como un Aleph. Hijos de puta con el movimiento angular preciso y el gesto de final de ópera comunicacionalmente a tono con las teorías de Marshall Mac Luhan, pero también atento al análisis acerca de las funciones del lenguaje de Roman Jakobson y, por supuesto, la teoría eisensteniana del montaje: de atracciones y de choque, y los primeros estudios acerca de la comunicación masiva de Lazarsfeld y Merton, y todas las indagaciones posteriores de la semiótica, sin perder de vista las teorías que ponen su énfasis en la recepción, en la decodificación, en la recreación. Hijos de puta para que puedan leerlo todos los hablantes del castellano, este idioma que algunos tontos solemnes llaman español, confundiendo el idioma oficial de un estado en decadencia con la lengua de Cervantes, de Góngora, de Lope de Vega, de César Vallejo, de Juan Rulfo, de Miguel Ángel Asturias, de Neruda, de Pablo de Rokha, de Huidobro, de Sor Juana, de Pizarnik, de Thénon, de Sara Gallardo, de la señora boliviana que me regala semillas de lokoto, de Mercedes Sosa, de Violeta Parra, de Cecilia Todd, de Haroldo Conti, de Rodolfo Walsh, de Miguel Ángel Bustos, de Paco Urondo, de Roberto Santoro, ¡presentes!, ¡presentes!, ¡presentes!, la lengua de quienes no tuvieron lengua en la tortura, la lengua de quienes fueron rotos en la tortura, la lengua tuya, mía, esta lengua que se deslengua. Hijos de puta quienes creen que son los dueños de esta lengua y son minoría arrinconada casi en el dialecto. Hijos de puta para que también pueda comprender lo que hay a comprender en ese breve sintagma de cuanta gente habla alguna lengua romance. Hijos de puta con la regularidad en el movimiento labial, la enojada belleza en el gesto, la repetición meditada, la elegancia en la furia que despertarán, que ya despiertan, la curiosidad de otras lenguas. Hijos de puta los que no sean fríos ni calientes, a los que ya mismo está vomitando de su boca. Hijos de puta los almaceneros que no fiaban, los que remarcaban por las dudas, los que robaban gramos en el kilo. Hijos de puta la piara completa de ministros de economía de la dictadura, y de la post dictadura. Hijos de puta los capitalizadores financieros y los extractivistas. Hijos de puta los que causaban que fuera tan escasa la sopa nocturna como para que la madre adujera dolores de panza y así tuvieran unas cucharadas más quienes son sangre de su pura sangre mestiza, gracias Tota, gracias, gracias. Hijos de puta quienes no comprendan, como Philip Dick enloquecido por la revelación, que el imperio nunca terminó. Hijos de puta quienes no sientan que juega en el barro como los dioses, pero es humano, demasiado humano, el hijo de la Tota y de don Diego. Hijos de puta los que se entregan a la hipérbole, al hipérbaton, a hipostasiar alevosamente su ocio o al hipo de la sensiblería. Hijos de puta quienes no entienden lo popular, a la manera de Gramsci, como un caldo espeso y muchas veces indigesto, donde no es fácil, ni impune, pescar. Hijos de puta aquellos que sentirán, dentro de unos años, o sea ahora, que se les fue entera una inmensa región de la infancia, una comarca de la eternidad. Hijos de puta quienes no lo sintieron. Hijos de puta los redundantes. Hijos de puta los sutiles. Hijos de puta los contextualistas justificadores de cualquier agachada. Hijos de puta quienes no piensen la humanidad concreta haciendo la historia, y padeciéndola, en condiciones que no han elegido. Hijos de puta que no pensaron, al verlo gambetear, hablar, llorar, callarse, en Caravaggio, en Miguel Ángel, en el Otello de Verdi, en Shakespeare, en Nuréyev, en Nadia Comaneci. Hijos de puta quienes no pueden pensarlo porque son víctimas de este sistema hijo de puta que priva, también, de la belleza, al privatizarla. Hijos de puta los que envenenan el aire que él respira para volar, eternamente, como Ícaro, doce gloriosos segundos sobre el césped azteca bajo un sol de sacrificios humanos. Hijos de puta quienes envenenan los grandes ríos por donde podría escaparse para, lejos, simplemente ser. Hijos de puta los que matan los dorados, los surubíes, los pacús, los sábalos, las tarariras, las lisas y dejan sin alimento a los biguás, los martín pescador, los benteveos, las garzas y, a él, sin pesca. Hijos de puta los que saquean el mar que él surcaría como un Ahab bonachón fumando habanos largos como la injusticia, eternos como el sueño de la revolución. Hijos de puta los que no paran de darle patadas y los árbitros que dejan seguir. Hijos de puta los que exprimieron, exprimen y exprimirán al gran toro de octubre, de todos los octubres, sobre todo los que vendrán. Hijos de puta los que no encuentran, entre las páginas de las Metamorfosis de Ovidio, un nuevo capítulo, envidia de Júpiter, donde se cuentan sus hazañas, sus amores, sus pequeños crímenes. Hijos de puta quienes no comprendan que todas nuestras bibliotecas se disolverán como las lágrimas que por él lloraremos, y él seguirá volando en loop por cada pantalla de un planeta ya vaciado. Hijos de puta quienes no apoyaron la rebelión de Espartaco. Hijos de puta los que hicieron de esa rebelión papers, ensayos, tratados, dramas, discos conceptuales, novelas, memes, pésimos poemas. Hijos de puta los que no saben ver en él, además del artista superior, además del Prometeo que roba el fuego a falsos dioses, además del criollo justiciero que desnuda a los patrones, al dandy que nos dice, con cada hermoso amague, que es necesario estar ebrios siempre, que ésa es la única cuestión, ebrio para no sentir el horrible peso del tiempo, ebrios para olvidar el aliento de la Parca, último stopper, que siempre llega al cruce. Hijos de puta quienes quieren hacerlo mito. Hijos de puta quienes quieren disolver los mitos y en su lugar poner planillas de Excel. Hijos de puta quienes pretenden repartir las responsabilidades así como no reparten las ganancias. Hijos de puta los que lo drogan, los que lo critican por drogarse, los que hacen oro del morbo de cada una de sus caídas. Hijos de puta los que escriben páginas como éstas, los que las leen, los hipócritas que apartan la vista escandalizados. Hijos de puta quienes se repartirán el tiempo de este muerto cuando llegue su fin como en un poema de Borges. Hijos de puta los que siembran desiertos. Hijos de puta los jefes de cátedra que no incluirán la vasta, punzante literatura oral de este oscuro hombre de rulos en los corpus indispensables para estudiar el arte literario de todos los tiempos. Hijo de puta cada uno que haya nacido sobre el planeta, que alguna vez será, sin él, como una gran pelota de fútbol huérfana. Hijos de puta cuantos nacimos del goce, del pavor, de la esperanza, desde el vientre sagrado de una puta fecundado por el embate igualmente sagrado de un hombre vuelto, por segundos, inmortal. Hijos de puta todos, y quien esté libre de pecado arroje la primera piedra. Hijos de puta quienes todavía caminaremos, sin él, sobre esta vieja tierra. Hijos de puta.

Por J. B. Duizeide

Muelle Luna Llena, Arroyo Gambado, Primera Sección de Islas, Tigre.

Fotografía: M.A.F.I.A.

Un comentario en “Roma, 1990. Laudatio

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