Que todas las ciudades, aun las más pequeñas, están sufriendo un violento proceso de transformación, ya lo sabemos. No es una transformación que sucede al compás de un ciclo histórico donde los habitantes comprenden que una silenciosa campana -la voz secreta del tiempo-,anuncia que hay algo a ser mudado y que ya tiene reemplazo. Ese es el cambio aceptado en la vida y en las cosas. El cambio que el tiempo respeta y que respeta al tiempo. Lo que está sucediendo hace décadas en nuestra ciudad, no tiene esos mismos ideales, los de una transformación que vibre con el latido interior de las mudanzas que incluso nos pide la nostalgia para seguir preservando lo que nos interesa preservar. Por eso es posible ahora que veamos cambios arrasadores, guiados casi enteramente por intereses inmobiliarios y comerciales, que tienden a hacer dos cosas. Primero, amalgamar las ciudades con un mismo tipo de fachadas, señales, paisajes, estilos, como si una fábrica de uniformes enfundara con trajes del mismo tipo a las nuevas construcciones, los nuevos cines, las nuevas formas de pasear y disfrutar una ciudad.
Una ciudad no se fabrica en serie ni a pedido, la van haciendo sus habitantes, que al mismo tiempo se comprometen en custodiar las mejores reglamentaciones urbanas, las que impiden el avance de la renta inmobiliaria sobre el patrimonio simbólico de los barrios. Hoy ha ocurrido un desbalance que por momentos tiene contornos trágicos. La fuerte manipulación del Gobierno de la Ciudad, sin reales procedimientos de consulta pública -los que hay, no son eficaces-, ha construido grandes rutas internas a la ciudad, como en otro tiempo histórico fueron las autopistas, que en general suponen la presencia de grandes inversionistas que operan sobre la urbe para diagramarla al gusto y placer de un nuevo orden para las mercancías. Aquí no solo son mercancías las que se trasladan por el Paseo del Bajo -que dista mucho de ser un mero paseo, destructivo y feliz, aunque se lo presenta como un logro ecológico-, sino que se trasladan las propias formas de la vecindad como otra clase de mercancías. Bajo el nombre de vecino, el habitante de la ciudad es también un receptor de órdenes de consumo, que a su vez lo consumen.
Pero la condición del vecino encierra también la del ciudadano y la del habitante que cuida la autonomía y libertad de sus itinerarios por la ciudad. Las importantes ideas de la vecindad y del vecino, sin embargo, son usadas hoy para hacer pasar como un cambio amable, al alcance de todos y a favor de la comunidad, las mutaciones escandalosas que sufre la ciudad. No se trata de imposibilitar esas mudanzas, que son las lógicas naturales de todas las metrópolis en el curso de su historia, sino de no hacerlas en nombre de una suerte de capitalismo urbano, que si eleva ferrocarriles es para replantear el costo y el valor delos territorios sobre los cuales se asienta la existencia habitacional, y si proponen nuevas zonificaciones, lo hacen con la mentalidad de crear en los viejos barrios, zonas de esparcimiento muy codificadas, a través de diseños que provienen de una idea de ciudad de la globalización. Nombrar a Palermo como Palermo Hollywood y convertido en un área de distracciones donde imperan las marcas de franquicia, es una invitación a una suerte de consumo reglado por la publicidad de la mercancía global, en materia de indumentarias, gestos, costumbres y medialunas con café con leche.
Por un lado, es legítimo desde el punto de vista de que toda ciudad crea áreas especializadas, como fueron la de los cines, las relojerías, la venta de electrodomésticos; pero, por otro lado, aquí aparece un modelo expansionista para los demás barrios, que crecientemente pierden su personalidad y son asimilados a formas de vida ilusorias y entonces, no sería ilógico que próximamente podrán llamarse Boedo Klondique o Villa Crespo Tanganica. Si bien todo barrio es una ilusión y una nostalgia, también no son menos reales sus características edilicias y sus memorias singulares, que, en muchos casos, se mantienen con una lúcida conciencia de que con esa resistencia a perder lo singular de ellos mismos, contribuyen a la democracia urbana y a los derechos sociales para habitarla ciudad. Boedo, en este sentido, es un caso ejemplar. Ha cambiado, como todos los barrios, en algo que es ya sabido. Sus grandes cines convertidos en templos o supermercados. Sugestivas.
Por Horacio González
Este texto fue publicado en Kranear. Periódico barrial, a cargo de un grupo de militantes de La Cámpora Boedo
Fotografía: M.A.F.I.A.
Este texto será parte de una compilación editada por BIBLIO POP
Un comentario en “Boedo y la nostalgia”