Me parece que hay formas establecidas del conocimiento, como los programas, parciales, que no veo por qué no respetarlos, y al mismo tiempo correrlos de lugar. Esa tarea del profesor, el soplo sutil que supone serlo, es la de correr de lugar lo que de todas maneras existe. Evidenciando que la posesión de un saber tiene la paradoja de poder estar en quien no cree tenerlo y viceversa. Esa enorme paradoja se aprende con los años.
Horacio González
I
La universidad es un lugar de socialización. De más decirlo, aunque nunca esté de más decir lo que se entiende relevante. La Universidad no sólo es un ámbito de traspaso de saberes, de formación técnica, especializada, para el aporte a carreras académicas individuales. Eso puede conseguirse en ámbitos diversos: desde Internet al mapa infinito de cursos, seminarios, talleres, grupos de lecturas y un extenso y sofisticado (y ni tanto) etcétera. La Universidad es sobre todo un lugar de encuentro, reconocimiento del otro, de gestación de grupalidades, de acciones colectivas, de la con-figuración de un (universo) común. Un lugar eminentemente político. Entendiendo a la política como la causa y consecuencia, entremedio y posibilitador de todo lo anteriormente nombrado: socialización, reconocimiento, engendramiento/imaginación de comunidad. Todo ello acontece (puede acontecer, puede que no) en y por una Universidad (y no solo en ella, claro). Siendo el ámbito de un potencial y a veces solamente abstracto entrecruce de clases sociales. Con predominio aun de capas medias (sub)urbanas, todas las clases allí son mentadas, incluso en el espíritu universalista que la universidad tiene en su seno, al menos nominal. Sobre todo una Universidad Pública. La que es, históricamente, el ámbito de concientización y eventual acción filo popular de muchos jóvenes citadinos, a la vez que el sueño de pretensiones aspiracionistas, de unxs, de otrxs. Espectralmente el todo de una sociedad en su versión progresista (de anhelados progresos personales, colectivos, nacionales, regionales) allí acontece. Incluso lo que refiere a su fibra rebelde, libertaria, romántica. Gran parte de los movimientos rupturistas (individuales, sociales; imaginales, fácticos; -todos- conspiratorios) se engendraron allí, muchas veces como punto de toque, inicial o final.
Conspiratorios, todos, decimos, porque las gestas (personales, colectivas) se engendran en reductos que se apartan de la norma(lidad) , y en reunión de iguales, o igualitaristas, fuera de la visión de los poderes disciplinantes: la autonomía universitaria dio históricamente ese marco. En y por ciertos lugares, donde se está espacialmente con/por/contra otros, craneando, conjurando, en un ámbito determinado. Es en los espacios, en el estar sólo o juntos, pero situados, incluso sitiados, donde se cuecen decisiones, complicidades, amores, enemistades. Y por medio de las miradas, del emplazamiento y movimiento de los cuerpos. Se pueden tener amigos, amores y odios a la distancia. De hecho es algo sencillo y extendido, así como superficial y lábil. Pero es en el compartir un tiempo en un espacio común donde un cuerpo habla. Y como se dice, el cuerpo no miente. O no por mucho tiempo. La virtualidad acerca, orienta pero no toca, no sacude. No decide, o decide mal, en base a suposiciones, intuiciones, que tampoco mienten, si emergen de un estar juntos, donde a un cuerpo «le pasan cosas» o no. La intuición es una vibración corpo-espiritual. Que sin cuerpos deviene en pre-juicio, pura idea (previa) La institución, a su vez, es un emplazamiento, corpo-político-social. que sin cuerpos que la habiten y tensionen (y le “pongan el cuerpo”) deviene mera burocracia y sus titulaciones un puro trámite. No se va a la Universidad a buscar un papel. Eso lo hacen las instituciones y personas que solo eso hacen. Y allá ellxs.
Las Universidades, por caso y en expansión, que solo funcionan virtualmente, no tienen tapujo alguno en enunciar disloques tales como: manejá tus tiempos, manejá el futuro (tal reza uno de sus sloganes) Pero no hay “manejo”, no hay liderazgos (incluso de sí) que no contemple un cuerpo (de cuerpos) emplazado(s). Sin tal corporalización de las prácticas, la que a su vez implica resistencias, propias/ajenas, se podrán imaginar auto conducciones in-conducentes, autocracias neo self esclavistas. Se trata en tal caso de la uberización de la universidad, o incluso de instancias intermedias (en un proceso complejo y variable: por posibilidades de financiamiento y cursado). Donde la interfaz reemplaza el intercambio, y la rigurosidad es vivida como autoritarismo y falta de empatía. El sueño del confort indolente, engendra monstruos ilustrados.
II
El docente-referente comienza a ralear. La referencia incluso educativa giró hacia lo espectacular. Llámese Sztajnszrajber o Milei; que en su distancia ideológica radical se acercan incluso a partir que este último además de sus irrupciones mediáticas, también vende libros y propone un grupo de consignas bajo la idea de teorías que se ordenan en una doctrina de discutible coherencia pero que se distancia, por caso, del anti intelectualismo pragmatista macrista. Que el docente haya perdido su rol referencial, a costa de no asumir una actitud distractiva, entretenida o incluso propiciadora instrumental de herramientas inmediatas para la práctica profesional, y devenga un mediador cual panel televisivo de opiniones, o un traductor de textos o ideas, es una función que tiene una caducidad pronta. Para ello un perspicaz productor cultural o más fácil, barato, y menos problemático usar internet: las máquinas no hacen paro, se sustituyen sin indemnización alguna, entre otras ventajas comparativas. La enseñanza a distancia (o de cercanía des-referencializada) apunta a ello. Una educación a distancia, con distancia entre estudiantes, entre sí y con el docente. Una educación extendida, como y con la tecnología, en tanto extensión de los órganos (decía un Mcluhan), como control social de aquello que no finaliza (un Deleuze), menos aún con el ilimitado flujo cibernético como canal. Bajo una ensoñada y aparente extensión y expansión infinita de las posibilidades, las suposiciones, las potestades. Ante el retire asumido, imposibilitado o desfasado del docente de la conducción (oh, maldita palabra), o su impotencia expresada en actitud represiva, el estudiante high tech o formateado por las tecnologías asume un poder, el de su dedo, su comentario al paso, bullying-lincheador. Potestad producto del desgrane de la autoridad, digamos post 68 (dijo un Berardi), que el neoliberalismo cibernético-cultural ha entronizado incluso bajo la lógica del empoderamiento.
¿Melancolía del docente que perdió su poder/hacer? Solo atendible como tal en tanto dilución de un poder de intervención sobre horizontes (revolucionarios) de expectativas, sobre el munir de herramientas para la acción. La crítica progresista al poder en tanto autoridad (en pasaje sin mediación al autoritarismo), arrastró al poder en tanto potencia, en tanto poder hacer, poder ser. Y allí lxs pibxs, con auto asumida autoridad, en un horizonte propiciado por la ideología high tech, dispersando potencialmente individualismo arrogante y anti solidario: detritos de una autonomía desoladora, social e individualmente (el Bifo también pudo haber dicho).
III
Lxs pibxs, no todxs, pero lxs que i(nte)rrumpen y marcan la escena expresan tanto verborragia como arrogancia. Pueden ser marxistas, popu o anti-populistas, aunque parecen ser categorías difíciles de aplicar como estatuo firme, definitivo, en identidades tan flexibles, maleables y cambiantes como las propiciadas y celebradas, del mercado laboral a las relaciones amorosas: flexibilidad high tech, aplicaciones para la vida, de Pedidos Ya a Tinder. Tan flexibles son, se aspira a ser, que puede serse todo y en un mismo rato. La arrogancia y verborragia en ese marco se vieron magnificadas, incluso por el auge de la virtualidad pandemia mediante. Son pibxs que hablan como youtubers, argumentan como en una discusión televisiva o de twitter, rápidos, con slogans, y si pierden la discusión no importa, la pantalla como viene se va, está más allá de lo que muestra, de su interlocu-espectador. O por “simple” aburrimiento, argumentar es un esfuerzo (y) vano. De seguro que al trasponer la puerta del aula y se haya olvidado o minimizado lo que se haya estado defendiendo o algo así.
Deviniendo esta, la discursividad info–cibernética incluso en el cara a cara, una discursividad en tanto insumo/ transformación/ distinción individual. Una sagacidad y rapidez internetiana, de trágicos sabelotodos, lenguaraces de conocimientos wikipediano, con el mayor afán, parecería, de obtener aprobación y celebración inmediata: obtener likes, incluso en la clase o conversación misma. Expresión del predominio de una argumentación bajo la lógica del slogan. Que no respeta a otra autoridad que no sea la de la pantalla, a la que se cree poder dominar y usar a gusto. Pero quién tiene el poder (quien lo va a perder o ya lo hizo -porque las microscopías no diluyen las macroscopía transformante de una revuelta, ayer nomás, en Chile, Colombia, Ecuador-) Hay poder, como cadáveres. Pero las luchas juveniles de antaño por la disputa por el poder, decíamos, parecen haberse trasladado y diluido en quienes creen que el poder o no existe o lo tienen ellos, en el poder del click, del hatear, del hacer dinero, y que no hay otro poder contra el cual luchar y menos de formas grupales, o que ya fue, me aburre. Salvo una grupalidad efímera o que le hace bullying a otro, lo escracha y lincha o el reunido de dinero para una causa noble a la Santi Mateas (pareciera que en estas palabras desordenadas estamos delineando parte de la base electoral del fenómeno libertario de mercado antes mencionado). La pregunta por la dilución de la capacidad de acción colectiva por medio de las nuevas tecnologías en este caso parece un cúmulo informe de subproductos expresivo-actitudinales de la virtualidad que la pandemia agudizó.
Demás decir que no todos los intercambios áulicos y no solo áulico- universitarios son de este modo, pero muchas veces son los que dominan un ámbito discursivo y terminan condicionándolo. Trabajar sobre hacer circular la palabra y conducir (oh) un debate y una programación habitada más no implosionada por los acontecimientos, es la tarea indelegable de un docente (quien esto escribe, por caso) El que se queda prendado y prendido a lo que en el aula pareciera pasa como una pantalla, como un posteo, pero no. En y con lo dicho, el modo de decirlo, el vinculo docente-estudiante, estudiante-institución, estudiante-estudiante, docente-institución (y todos en relación situada con un territorio-estado de cosas) y en las formas aprender, pensar, decir de las nuevas generaciones. Tarea que las máquinas o cursos a distancia (que en su sistematización, asincronicidad y extensión preanuncian batallas por el sostenimiento y revitalización de lo común), ni pueden ni desean realizar. Fuera de tiempo, fuera de espacio en común, solo restaría apelar a una imaginería desanclada que bien sabemos quien la configura de tiempo completo. De la fábrica de los sueños a la vida aplicada, menos por disciplinada que por configurada por aplicaciones y visionados algoritmizados: mecanismos de ultra disciplinamientos pseudo libertarios, con “el celu” como ente in-filtrado de presencia perpetua y (literal y fusionadamente) a la mano. De los que le das la susodicha, y te toman el brazo y neuronas en un movimiento tan imperceptible como autogenerado.
IV
Para algunas de estas cuestiones una Universidad del Conurbano parecía ser un dique de contención. Generaciones sin tradición en enciclopedismo abstracto y aristocrático; emplazadas en territorios que hacen de sus características y problemáticas el insumo y ambiente cotidiano. Pero no, o no necesariamente. Con un deterioro de las condiciones materiales de existencia, que dificultan una planificación formativa a mediano plazo, y enfatizan discursos segregantes auto salvíficos; cuerpos docentes y dirigenciales que en algunos casos hacen del territorio dato de color o inexistente; y resabios tecnologizados producto de la pandemia, su potencia puede disolverse.
Un síntoma es cierta pérdida del vínculo territorial incluso de aquellos que de “allí” (del barro) vienen. Manifiesto del Barro de hecho fue un texto escrito por estudiantes como actualización situada de la reforma universitaria a sus 200 años. Somos barro, decían entonces y desde allí (d)enunciamos. A poco menos de un lustro de aquello, este docente se encuentra con una (re)conversión, aquietamiento y normalización discursiva. Enfatizada y expresada, sintomáticamente, en un discurso neo fascista, antes indecible, hoy filtrándose con cierta habitualidad, del que puede enunciar solapada/brutalmente temer a la gente que lo rodea, es decir el ámbito en el que se vive. En un rebote virtualizado de lo que las pantallas escupen a diario. Y claro, la misma pantalla pasa a ser a la vez perverso refugio salvífico/condenatorio. Allí el carácter aristocrático universitario puede filtrarse en su peor versión, la de separar por distinción lo que estaba unido por indistinción o mezcla. Clasificar es el afán científico por excelencia, rompiendo en este caso el carácter potente que tiene todo conurbano, ser una co-vivencia múltiple y amalgama maleable de los restos de lo urbano: poderosa en su flexibilidad menos neoliberal que adaptativa a condiciones adversas. Deteriorada esta trama, se deteriora también el carácter político del discurso como transformador social.
La universalidad pretendida puede ser también una afrenta a la situabilidad. La politicidad requiere de campos de intereses contrapuestos o en disputa. El retorno de los cuerpos a las aulas debería ser también el retorno de los emplazamientos (en principio) discursivos no sólo individuales sino sociales, comunales. Lo conurbano como tal puede ser fetiche, o punta de lanza de un embate contra una universalidad que en este tiempo toma el carácter de la info-cibernética. Que la distinción sea territorial es hoy una potencia, en tanto recuperación del orden de la materialidad, de las corporalidades como territorios donde se expresan batallas nominales, de exploración deseante y reivindicación identitaria. Articular saberes con/de corporalidades territoriales, recuperando un horizonte y ordenamiento utópico-pragmático, comenzando por el aula, donde los poderes sean potencias, menos individuales que comunales, puede ser claves para que el divino tesoro no sean cooptado por sueños de instrumentalidad neoliberal, y para la búsqueda de una sagrada comunalidad pérdida o condensada virtualmente en aplicaciones divinizadas.
Por Sebastián Russo Bautista
(UBA/UNPAZ)
Fotografía: M.A.F.I.A.
Un comentario en “Univers(al)idad, divino tesoro. O del saber virtual/comunal”